En ese momento, alguien entra por la puerta. Era Lautaro.
— Bueno princesa, al parecer ya pagaron por tu rescate, así que nos tenemos que ir — dijo.
— ¿Por qué? — pregunté, supuestamente si no lo sabías.
— Cuando una persona paga por el rescate de otra, hay que entregar a la persona, no irse — expliqué, tratándolo como si fuera un niño de tres años.
— Vamos — comentó y me tomó del brazo.
— No quiero ir contigo, ¿por qué tengo que ir contigo? — pregunté.
— Porque eres una buena moneda de cambio — respondió.
— No sé si sentirme ofendida o halagada — protesté. Pero él siguió sosteniéndome de la mano y empujándome.
— Déjame ir — protesté.
— No puedo — respondi&