Diferente ante ti
Diferente ante ti
Por: Lea Faes
El principio del caos

Ana deambulaba por las calles de una gran ciudad, su mirada perdida y su ropa rasgada, la hacían ver como un miembro más de las personas sin hogar, unas cuadras más adelante, un lujoso auto negro se detuvo de golpe al pasar junto a ella, Ana intento correr, pero sus débiles piernas no le respondieron, gritó con todas sus fuerzas pidiendo ayuda, había muchas personas a esa hora caminando sobre esa calle, nadie se acercó a ayudarla, era como si fuera invisible para ellos.

Del lujoso auto bajaron dos hombres, la tomaron por los brazos para después aventarla al interior del auto, ella comenzó a temblar descontroladamente, uno de los hombres subió junto a ella, enseguida le inyectó una sustancia transparente, el otro hombre tomó el volante, arrancó el auto y se alejó de ahí, avanzó despacio, sin prisa, no había de que huir, su jefe era el amo y señor de esa ciudad y gran parte del país.

Ana empezó a sentir que flotaba, en ese instante dejó de sentir miedo, las cosas a su alrededor se volvieron difusas, cerró sus ojos y se dejó llevar por esa extraña sensación.

Despertó un par de horas más tarde, se dio cuenta de que se encontraba en la misma habitación de la que había escapado días antes, comenzó a llorar desconsolada, no quería vivir de nuevo esa pesadilla, un instante después escucho que se abría la puerta, un hombre vestido elegantemente entró en la habitación seguido de otro.

Vaya, la palomita ya regresó al nido, si vuelves a escapar o al menos intentarlo, te haré azotar y sabes que no estoy jugando, desde que tu padre te dio a cambio de sus deudas de juego, pasaste a ser propiedad de nuestro jefe, aún no define qué hará contigo, ni siquiera ha tenido interés en conocerte, así que no nos molestes o tendremos que desaparecerte, ni siquiera lo notara, le importas tan poco.

Ana escuchaba en silencio, hipaba por el llanto que intentaba contener, era una chica hermosa, tenía unos hermosos ojos oscuros como la noche, su cabello también oscuro, largo hasta la cintura, era completamente lacio, pero a ella le gustaba peinarlo con ondas, sus labios eran tan rojos como las cerezas, era alta y delgada, su tersa piel era muy blanca.

—Nuestro jefe regresará la próxima semana, así que hasta entonces estarás aquí, más vale que te comportes, ya él sabrá qué hacer contigo.

Los dos hombres salieron de la habitación, trató de calmarse, decidió darse una ducha, necesitaba limpiarse, en la habitación había algo de ropa que le habían llevado días antes, moría de hambre, había caminado sin rumbo durante dos días, no tenía a donde ir, así que durmió en la calle, no regresó a casa de su padre, esa no era opción, hubiera sido el primer lugar donde la hubieran buscado, no entendía por qué su padre le había hecho eso, vivía con él y su madrastra, esa mujer no la quería, su media hermana Alondra tampoco lo hacía.

Un ruido en la puerta de la habitación la volvió a la realidad, una mujer de avanzada edad entró con una bandeja, la mujer parecía compadecerse de la suerte de la chica.

Es mejor que comas muchachita, a nadie dañas si no lo haces, solo a ti misma, dejó la bandeja sobre la pequeña mesa y se dio la vuelta para marcharse, Ana se puso de rodillas, abrazó las piernas de la anciana mientras suplicaba.

Por favor debe ayudarme, yo no he hecho nada, tengo que escapar de aquí.

No puedo hacerlo muchacha, yo no me meto en los negocios del jefe. La mujer se reprochó que había estado a punto de decir lo que no debía.

Con dificultad se soltó del agarre de la chica y salió de prisa, Ana se levantó, se limpió las lágrimas que aún escurrían por sus mejillas, se quedó viendo hacia la charola, un exquisito aroma salía de ella, se acercó y al levantar la tapa pudo observar toda aquella deliciosa comida, comió hasta sentirse satisfecha, escondió algo de comida y una botella con jugo por si después decidían no alimentarla.

Instantes después se quedó dormida, estaba demasiado agotada que no sintió que por la noche alguien entró en su habitación, dejó la puerta entre abierta para que la luz del pasillo, así entre penumbras la observó, no podía distinguir muy bien sus facciones, el rostro del hombre no mostraba expresión alguna, después se dio media vuelta y se alejó cerrando la puerta, más tarde se reunía con sus hombres.

Definitivamente será ella.

¿Está seguro señor?

Ya está decidido, así podré darle gusto a mi abuela y por fin podrá dejarme en paz.

Como usted ordene, señor.

Qué esté lista, a partir de mañana por la noche la visitaré.

Al día siguiente, por la noche, la anciana que le llevaba comida la visitó de nuevo, llevaba consigo algunas bolsas con diversas cosas.

Debes bañarte, con esto le ofreció diversos productos, entre ellos jabones aromáticos, algunas cremas y perfumes decide qué aroma te agrada más, después debes colocarte esta bata.

Le dio una pequeña bata de seda, Ana se sintió extraña por todo aquello.

¿Qué pasa? ¿Por qué debo hacerlo?

No preguntes jovencita solo hazlo, después de hacerlo debes acostarte con la luz apagada, recuerda lo que te dijeron los hombres que te han traído. La anciana salió apresurada después de pedirle que tomara una extraña bebída, según dijo, era para que se relajara.

Ana decidió obedecer, no sabía de qué se trataba aquello, pero no quería que esos hombres la visitarán de nuevo.

Después de bañarse se acostó con la luz apagada tal y como la anciana le había pedido, estaba a punto de quedarse dormida cuando escucho que la puerta se abría, intentó levantarse y preguntar quién era, pero una helada y grande mano que cubrió su boca le impidió hacerlo.

Shhh calla. Fue lo único que escuchó, era una voz fuerte y demandante.

Lo siguiente fue una completa pesadilla para ella, aquel hombre comenzó a acariciarla, pudo sentir su aliento fresco sobre su cara, en ningún momento intentó besarla, recorrió todo su cuerpo con avidez, tenía tanto miedo que se sentía paralizada, aquel hombre invadió su cuerpo, lo hizo despacio, lo que menos quería era lastimarla, ya suficiente tenía la pobre chica con el padre que tenía.

Ana sintió que un terrible dolor invadía su interior, a aquel hombre poco le importaron sus lágrimas, después de sentirse satisfecho, se alejó de ella, se levantó y salió de la habitación, Ana maldecía su suerte, se levantó para bañarse, se sentía sucia, al hacerlo sus piernas se negaban a responder, sentía que un extraño sopor la invadía, aún sentía dolor en su vientre, al encender la luz pudo observar que la ropa de cama se había manchado de rojo.

Minutos después la anciana entró en la habitación de nuevo, sin decir una palabra, cambió las sábanas y se llevó la sucias, al notar la mancha pudo notar que sonrió con satisfacción, sí que era extraña esa anciana, Ana pensó que quien quisiera entraba en la habitación cuando se le daba la gana, por lo visto las personas en ese lugar no se molestaban en tocar la puerta.

La anciana hizo lo mismo por diez noches consecutivas, las mismas noches que aquel hombre la visitó, de nada valían sus súplicas, él parecía no escucharla, todo su cuerpo temblaba, se sentía angustiada, notaba que durante las noches sus fuerzas la abandonaban.

¿Es qué acaso ese hombre era sordo? Tal vez lo que pasaba era que no tenía un corazón que latiera dentro de su pecho que le permitiera sentir que le estaba haciendo daño.

Al onceavo día, al llegar la noche, ella temblaba, escucho la puerta, abrirse, era la anciana, esta vez solo llevaba la charola con alimentos y el extraño té.

Debes alimentarte bien, así que es mejor que comas.

Ana no respondió, no tenía ánimo de nada, sentía que su vida se apagaba.

Un mes después la anciana llevó a un médico para que la revisara, tocó su vientre, después de eso tomó una muestra de sangre, sin decir una palabra, la anciana y él salieron de la habitación, a veces se sentía invisible, era como si no la vieran, solo tomaban de ella lo que querían y luego se retiraban.

Con el paso de las semanas se dio cuenta de que su vientre había crecido un poco, era claro que estaba embarazada, en parte eso la ilusionaba, cuando menos tendría un pequeño que la acompañara en su prisión, empezó a amar a su hijo, le hablaba todo el tiempo, también le cantaba.

La anciana llegó un día acompañada de nuevo por el médico, llevaban un gran aparato que tenía una pantalla, le pidieron que se recostara, el médico vertió una clase de gel frío sobre su vientre, ella se movió por impulso, con voz firme le pidió que no lo hiciera, enseguida empezó a pasar un pequeño aparato por su vientre, no pudo ver que era lo que se veía en la pantalla, estaba puesta de manera que solo la podían ver el médico y la anciana.

De nueva cuenta salieron de la habitación como si fueran fantasmas, ignorándola como siempre, ella no entendía qué era lo que pasaba.

Los meses pasaron, la anciana hablaba poco, pero la trataba bien, se preocupaba porque tuviera todo lo que necesitaba.

Gracias, señora, es usted muy buena conmigo. La anciana sonrió débilmente, se sintió culpable por lo que hacían con la chica.

Un día después, mientras cenaba, sintió un fuerte dolor en su vientre, afortunadamente la anciana se encontraba en ese momento con ella, salió enseguida para pedir ayuda, los dos hombres de traje entraron por ella.

Ana intentaba no gritar por el gran dolor que sentía, la ayudaba a tolerar el saber que pronto tendría entre sus brazos a su pequeño hijo, la llevaron a un cuarto donde había una camilla y diversos aparatos por si se necesitaban, un médico se acercó a ella, enseguida le colocó en el brazo una solución intravenosa, después de eso tomó una jeringa y se acercó de nuevo a ella.

Ana se quedó observando cómo aplicaba en la solución el líquido de aquella jeringa, no se dio cuenta a qué hora, la invadió la inconsciencia, despertó horas después, se dio cuenta de que se encontraba en un hospital, vio que una enfermera se acercaba a ella.

 —Disculpe, señorita, ¿sabrá cómo está mi bebé? La chica no contestó, solo se le quedó viendo de manera extraña.

Por favor, necesito ver a mi bebé.

La enfermera tan solo agachó la cabeza y se retiró de ahí, poco después regresó acompañada de un joven médico.

Veo que ya has despertado.

Doctor, necesito ver a mi bebé.  —El médico se quedó callado un momento mientras la observaba.

Siento mucho tener que ser yo quién le informe esto, la trajeron hace unas horas, la dejaron en la puerta del hospital, contigo solo estaba un maletín lleno de dinero, no te preocupes que lo he guardado.

—¿Y mi bebé? ¿Dónde está mi bebé? —En ese momento comprendió todo, comenzó a llorar desesperadamente, ¿Qué había hecho en esta vida o alguna otra para merecer todo eso?

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