—Ezequiel… estás descansado — llamé abriendo su puerta con cuidado mientras el corazón me latía con fuerza. Pero cuando encendí la luz no escuche ni su voz, ni nada que me dijera que estaba en su habitación. El olor de su perfume lleno mis fosas nasales, despertando mi curiosidad. Mire todo a mi alrededor, y con rapidez abrí uno de los cajones, y luego la puerta del armario, toque la tela de una de sus camisetas, fijándome que no había nada de ropa de mujer, ni en ningún rincón de esta habitación. Y por una alguna razón solté un suspiro de alivio, cerré la puerta del armario y solté en voz alta.
—Si tiene novia. ¿Por qué no tiene cosas de ella en su habitación? —murmuré por lo bajo, y de reojo vi su mesita de noche, cajas y botes de pastillas eran lo primero que llamaban tu atención, me acerqué y al tomar uno de ellos, ponía tranquilizantes en la etiqueta y en el otro inmunosupresores para el hígado.
—Esto fue por su operación… —sin poder detener la curiosidad, rebusqué en sus cosas,