Cuando Henri estacionó el coche frente a la casa de Eloá, ella permaneció sentada allí por unos segundos, con las manos en el regazo, inmóvil.
— ¿Estás bien? — preguntó él, lanzándole una mirada preocupada.
— No, no lo estoy — respondió ella sin rodeos.
— No tienes por qué ponerte nerviosa — intentó