LXXVI. La petición de Dominieck

— ¡je, je, je! — una risa nerviosa apareció en mi boca, pues algo me decía muy dentro de mí de que, aquel sin dudas era capaz de hacer eso y más, siempre y cuando fuese lo suficientemente provocado.

— Como dije, tú y yo ahora estamos marcados y seremos uno durante todo el resto de nuestras vidas — Dominieck se colocó de pie, de la parte inferior tomo su camisa y elevándola hizo el mismo procedimiento que realizo conmigo, subiendo aquella prenda y descendiendo la cinturilla de aquel pantalón justo del lado izquierdo allí la divise sobre la parte superior de su pelvis reposaba la misma marca que yo ostentaba.

Ante aquella imagen contemplándolo tan cerca de mí, sentí el llamamiento de la carne, del deseo y del furor nuevamente ligado un tanto a la esencia de la propia curiosidad, por lo que solo el ver su piel me hacía sentir extrañamente alocada, así que, mirando aquella marca plasmada en su ser, no pude evitar tomar mi mano y dirigirla hasta aquel lugar.

Con las yemas de mis dedos,
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