Capítulo 5.

En el momento en que Alena sale de la cabaña donde la mantenían presa y completamente aislada del exterior observa de manera desafiante, cómo se encontraba erguido un sello que había marcado su pasado mucho tiempo atrás.

— No puede ser— susurra ella con el aliento apenas contenido al mismo tiempo que avanza de forma automática.

Frente a ella se encuentra un emblema tallado en roca completamente desolador, un lobo aullando a una enorme luna llena invocando el poder de sus ancestros para permanecer inmune ante cualquier ataque enemigo, con gemas incrustadas en el lomo.

Siendo adornado por la luna ensangrentada por las batallas ganadas durante siglos.

Ya sabía perfectamente en las manos de quién se encontraba, el Alfa de la Manada Colmillo Sombrío, una muy poderosa y de la cual la enemistad que vagaba entre ellos como un espectro invisible era culpa de ella…

El cuerpo de Alena se eriza por completo.

— No él…—  Susurra ella al mismo tiempo que observa en todas las direcciones, si ese anciano la identificaba cómo quién era realmente.

Lo más seguro era que en ese instante arrancaría su cabeza de su cuerpo sin piedad.

El corazón de Alena comenzó a latir desesperado, en ese momento nada de lo que intentara hacer estaba a su alcance para garantizarle una salida.

A todas las acomodan en fila y Alena cae de repente al suelo, una mujer alta y con los ojos color esmeralda le sonríe victoriosa.

— Yo seré la primera, malnacida.

Alena asiente y de forma discreta se coloca a un lado de la joven niña que dejaban detrás.

El ambiente además de helado estaba tenso como si todos estuvieran a la expectativa de la presencia del Alfa que llevaba décadas al mando.

“La piedad es un privilegio que los verdaderos líderes no nos podemos dar”

Alena recuerda la frase que repetía ese Alfa cada instante de la conversación tan horrible y pesada tanto tiempo atrás.

Pero su padre la había defendido a capa y espada…

En ese momento es interrumpida en lo que esperaba una compañía de decenas de guerreros como acostumbraba a llegar ese alfa, se encontró observando solo a tres guerreros todos con ropas de lucha y el sello característico de la manada en el pecho y todo cambio.

Respirar se volvió una lucha evidente incluso para Minerva quien estaba con ambas manos hechas puños.

Alena de manera automática levanta su mano derecha y comienza a morderla como si eso le ayudara a eliminar los nervios que la azotaban por completo.

Todos comienzan a bajar la mirada de manera automática como si una especie reacción de supervivencia los guiara y Alena hace lo mismo.

Los guerreros abren paso al tan temido alfa, sin embargo Alena  no puede soportar la tentación solo de ver si ese viejo desgraciado seguía en una sola pieza, aunque la impresión de lo que se encuentra es monumental.

Frente a ella se envaraba un hombre oscuro que solo con su presencia hacia que ella se olvidara del frío que atenazaba sus extremidades sin piedad. Su cuerpo parecía esculpido por la misma Diosa Luna, sus músculos forjados a base de hierro eran perfectos, su presencia imponía respeto sin necesidad de hacer un solo sonido, su piel bronceada parecía ser solo la prueba de los lugares lejanos en los que había insertado el poder de su gente y sin embargo lo más impactante era la mirada fría, intrigante y autoritaria envuelta de un  color gris cautivador.

Alena soltó el aire que contenía ante la impresión de saberse sintiendo una atracción inmediata ante lo que ella consideraba un enemigo ya anciano y encontrarse con un hombre fuerte y varonil de pocos más de treinta años, y por lo visto no era la única, varios jadeos de impresión y cautividad se escucharon de parte de todas sus compañeras,

En cada paso en el que parecía que el hombre abría el aire con su presencia, la necesidad de sobresalir sobre las demás era algo que imperaba entre las hembras todas jóvenes y fértiles.

Las feromonas no tardaron  en aparecer pero a pesar de ello el macho no se movió un sólo centímetro en dirección de ellas.

Finalmente el alfa se detiene justo frente a Minerva.

— Señor — susurra la mujer sumisamente— Ha llegado en el momento justo para presenciar la llegada de las nuevas encargadas de la limpieza, las anteriores…— Un sutil tinte de duda llegó a su voz— Ya no están con nosotros…

Esa frase provoca un jadeo de parte de las mujeres.

¿Qué sucede con ellas? ¿Tantas han desaparecido así como así?

La nula respuesta de parte del alfa inundó el lugar, y después de permanecer en completo silencio comenzó a recorrer con la mirada el rostro de cada una de ellas.

Alena comienza a hiperventilar si el la reconocía estaba perdida.

La mirada asesina y letal de parte del alfa se posaba en cada una de ellas provocando en automático que bajaran la mirada ante su poder.

Hasta que la miró  a ella, Alena sintió que el aire a su alrededor se había cortado y sin lugar a dudas apretó la gema que estaba en la palma de su mano, su mirada parecía haberla atravesado completa, sin embargo  mantuvo la mirada fija en él.

— No se preocupe Señor… cuidaré a las mejores…

Solo con esa frase era una sentencia que debían esforzarse por hacer lo mejor y ganarse estar aquí…

El Alfa aprieta las quijadas, creando un gruñido que altera a todos los presentes y sin decir una sola palabra se gira para continuar su paso hasta la entrada del castillo.

Alena no lo deja de ver ni un solo instante y en cuanto desaparece entre las sombras suelta el aire que estaba conteniendo.

“Así que eras tú” piensa ella aun escondida detrás de las hembras más grandes.

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