Capítulo 1: Frágil

—Mujer de veintiséis años. Conmoción cerebral y múltiples contusiones —informó el paramédico que había llegado hace unos segundos empujando una camilla.

Ignazio miró a la mujer en la camilla y se abstuvo de hacer una mueca al ver su rostro. Ella había recibido al menos un par de golpes en la cara y ambos ya habían comenzado a hincharse. Su labio inferior estaba partido y tenía una mancha de sangre.

—¿Qué fue lo que le pasó? —preguntó mientras evaluaba la dilatación de sus pupilas con una linterna.

—Su esposo llamó a urgencias. Al parecer llegó a casa y encontró todo destrozado y a su esposa tirada en el suelo. Un robo que salió mal, dijo.

Le dio un vistazo al paramédico.

—No pareces creerlo —comentó mientras continuaba con su evaluación

—El esposo tenía los nudillos heridos y algunos arañazos. Si no estaba cuando todo sucedió ¿cómo fue que terminó herido?

—Buena pregunta. ¿Dónde está él?

—Afuera, llenando formularios.  

Asintió.

Guardó la información que le había dado el paramédico para después, en ese momento debía enfocarse en su paciente. El bulto en su cabeza indicaba que había recibido al menos uno o más golpes de importancia. Eso podría traer muchos problemas.

Cambiaron a la mujer a la cama del hospital y el paramédico se despidió luego de darle algunos detalles más sobre la paciente. Ignazio junto a su equipo se hicieron cargo de la paciente.

—Vamos a administrarle analgésicos y antinflamatorios. Pediré que le realicen un examen de sangre completo —indicó mientras escribía las órdenes en su tableta.  

—Doctor —llamó la enfermera y le mostró la ropa interior de la mujer. Presentaba leves rastros de sangre.

—Maldición —susurró—. Pediré que le hagan un ultrasonido. —Sumó la orden a la lista de exámenes que ya había anotado.

La siguiente hora fue un torbellino. Realizó una evaluación más exhaustiva para determinar las consecuencias de los golpes.

A lo largo de su trabajo había visto todo tipo de cosas y aun así le sorprendió que la mujer siguiera respirando después de lo que había sufrido. Se veía demasiado frágil y su peso estaba por debajo de lo esperado para alguien de su tamaño. Solo un cobarde podría haberla golpeado.

Encontró algunos hematomas que parecían ser de mayor antigüedad. Tal vez el paramédico no se había equivocado y el esposo era el responsable de que aquella mujer estuviera allí. No sería la primera vez. La organización de su madre cuidaba de muchas mujeres que habían escapado de maridos abusadores.

Con cada minuto se sentía más furioso, aunque lo disimuló muy bien. No podía dejar que sus emociones dictaran sus acciones. 

—Manténganme informado ante cualquier cambio —ordenó a la enfermera y salió de la habitación.

Se detuvo a un lado de la puerta para tomarse un respiro. Estaba agotado. Había estado de turno por casi veinticuatro y apenas había logrado conseguir un par de horas de sueño. Su único plan al acabar su turno, era llegar a casa y dormir por al menos ocho horas seguidas.  

—Doctor, el esposo de la señora Olivieri quiere hablar con usted.

Asintió y se dirigió hacia la sala de espera.

—¿Señor Olivieri? —preguntó al llegar.

Un hombre se acercó a él de inmediato. Si su paciente se había enfrentado a él, no había tenido alguna posibilidad de ganar. El señor Olivieri era un hombre alto y bien conservado.

Sus ojos se encontraron con el rasguño en su rostro, difícil de pasar desapercibido y le habría sorprendido que la policía no lo hubiera visto también.

—Soy yo —dijo el hombre con una mirada preocupada—. ¿Cómo está mi esposa? ¿Puedo pasarla a ver?

Ignazio podía reconocer cuando alguien mostraba preocupación sincera y, por más que tuviera sus sospechas, aquel hombre parecía estar realmente preocupado por su esposa.

—Ella está estable. Sin embargo, los golpes que recibió causaron muchos daños. Le haremos algunas pruebas para descartar complicaciones.

—Lo que sea necesario. No escatimen, por favor. El dinero no es problema.

—No se preocupe, cuidaremos de ella.

—¿Puedo pasar a verla?

No había ningún motivo para negarle la entrada, pero sus instintos le gritaron mantenerlo alejada de su paciente hasta que ella despertara. Hasta descartar sus sospechas, no sabía si él representaba un peligro para la vida de su paciente.  

—Lo siento, pero no va ser posible por el momento. Ella está bastante delicada, así que decidimos mantenerla dormida. Tan pronto despierte le informaremos.  

Podría mantenerlo alejado con eso al menos durante un tiempo, pero pronto él volvería a insistir. Un rastro de molestia se reflejó en los ojos del hombre, aunque siguió con aquella expresión de tristeza. Alguien más distraído no lo habría notado, pero él nunca pasaba nada por alto.

—¿Seguro que no puedo pasar a verla? Prometo que no tardaré mucho. Es solo que… —El hombre tragó saliva como si quisiera llorar—. No sabe el estado en el que la encontré. Necesito asegurarme de que está bien.

—No, lo siento. Le prometo que no tiene de que preocuparse, ella está en buenas manos.

—Yo… está bien, muchas gracias.

La sensación de que había algo extraño se hizo más intensa.   

—Lamento mucho por lo que está atravesando. ¿Atraparon a los que la atacaron?

Esperaba algún gesto que lo delatara, pero él no vaciló mientras respondía.

—No, los policías aun no me han comunicado nada.

—Espero que lo hagan pronto. Hasta luego.

Dejó al hombre atrás y fue directo al estar de enfermeras. Tenía que asegurarse de que el hombre no usaba alguna artimaña para tratar de llegar a su esposa.

—Nadie puede entrar a la habitación de la paciente de la 120 —informó a la jefa de piso Sabía que podía confiar en ella—. No hasta que confirmemos lo que le sucedió.

—Me aseguraré de que así sea, doctor.

Se dirigió hasta su consultorio para revisar algunas historias.

Los resultados de los exámenes de sangre de la señora Olivieri llegaron alrededor de una hora después.  Ignazio había comenzado a revisarlos cuando su teléfono empezó a sonar. Cambió su mirada de la computadora a su celular.

—Elise —saludó al responder.

—Hola, cariño. ¿Sigues en el hospital?

—Sí, mi turno no acaba hasta dentro de un par de horas.

—Trabajas demasiado.

Podía escuchar la molestia en su voz. Ella estaba en lo cierto, pero así era su trabajo, aunque a veces su novia parecía olvidarlo. Habían tenido algunas discusiones en el pasado a causa de ello.

—Lo sé —se limitó a decir.

—Espero que no hayas olvidado que prometiste salir conmigo mañana.

Lo había hecho. En su defensa había estado demasiado ocupado como para recordarlo.

—No —mintió—. Estaré en tu departamento temprano.

Podría haber intentado cambiar sus planes, quedarse en casa sonaba mejor, pero eso solo la habría irritado. 

—Estupendo, nos vemos mañana entonces.

—Está bien. —Regresó su atención a los resultados de su paciente—. Tengo que seguir con el trabajo.

—Te quiero —dijo Elise y dio por terminada la llamada.

Algo llamó su atención de los resultados. El nivel de la hormona gonadotropina era elevado.

—Mierda —musitó.

—¿Llegó en un mal momento?

Levantó la cabeza y se encontró con Ana, ella era la gineco-obstetra del hospital.

—Solo ha sido un día largo. Pasa, por favor.

—Tengo los resultados del ultrasonido que solicitaste con urgencia.

—Ella está embarazada —dijo— sus resultados de sangre llegaron hace poco.

—Bueno, ya no lo está —informó la doctora confirmando sus sospechas iniciales—. Perdió el feto. Pudo ser por el estrés al que se vio sometida…

—O por los golpes que recibió.

—Sabes que, en las primeras semanas del embarazo, la causa de un aborto no siempre es tan clara; pero sí, existe la probabilidad.

¿Sabría el señor Olivieri que su esposa había estado embarazada?

—Gracias por venir tan rápido —dijo cambiando de tema—. Sé lo ocupada que sueles estar.

—No es que tu situación sea mejor. Este lugar siempre está lleno. —Ana se despidió y lo dejó a solas.

Ignazio fue a la habitación de su paciente sin dejar de pensar lo que ella había pasado y lo que aún tenía que soportar. Sintió compasión por la pobre mujer. Tal vez era una bendición que no estuviera despierta, pero tarde o temprano despertaría y tendría que enfrentarse al dolor de haber perdido a su hijo.

En el cambio de turno se aseguró de compartir sus sospechas con su colega para que le dijera lo mismo al esposo.

—¿Enserio crees que él hizo esto? —preguntó él.

—Sí y hasta que ella no despierte, no podemos descartarlo.

—Sabes que su esposo es tiene mucho dinero ¿verdad?

Frunció el ceño.

—¿Olivieri? —musitó su colega—. De industrias navieras Olivieri. Vamos, tú mejor que nadie debes saber de lo que te habló.

Hasta aquel momento no había hecho ninguna conexión, pero ahora empezaba a hacerlo. Aunque no estaba muy involucrado en el mundo de los negocios como el resto de su familia, reconoció las empresas de las que su colega le estaba hablando.   

—He escuchado sobre ellos.

—Entonces debes saber que el esposo de la mujer en esta cama es el dueño y director general de navieras Olivieri, una de las empresas más ricas del país.

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