8. La subasta.

Ana había intentado esa noche dormir lo que más hubiera podido, pero entre estar despertándose para comprobar el estado de su hermana y los nervios por lo que pasaría al día siguiente no pudo pegar el ojo ni por un segundo, así que cuando se levantó en la mañana para ir a trabajar tenía las ojeras diez veces más grandes que el día anterior. Tardó varios minutos en el espejo dejarse medianamente decente.

—Te vez horrible —le dijo su hermana desde la cama y Ana dejó escapar el aliento —si no fuera por ese maquillaje asustarías a alguien en la calle —se burló y Ana le lanzó un trapo que le dio justo en la cara.

—No olvides que aunque estés en cama puedes hacer tus deberes de la escuela —le recostó y la muchacha ladeó la cabeza con fastidio.

—¿Ni muriendo puedo dejar de estudiar? —Ana puso el cuaderno sobre el regazo de la muchacha.

—No, ni muerta —cuando salió de casa una llovizna insistente golpeaba la ciudad y tuvo que protegerse el rostro con el paraguas para evitar que el agua le qui
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