14. Tarde de dolor.

Cuando la camioneta se detuvo Ana se lanzó sin mayor miramientos a la calle, con el corazón acelerado y las piernas temblorosas.

—¡Esperen! —gritó desde lo lejos. La calle estaba llena de patrullas de la policía y un grupo de policías arrastraba a una de las monjas esposadas mientras unos diez niños se aferraban a sus hábitos en medio de llantos desgarradores evitando que subieran a la mujer al vehículo —¡Esperen¡ —gritó de nuevo Ana cuando vio que un policía comenzaba a quitar a todos los niños de manera poco delicada, la mayoría no tenía ni los diez años de edad. Los huérfanos más grandes observaban todo desde la acera como paralizados o intentando que los niños pequeños soltaran a la mujer que estaba siendo capturada.

Cuando Ana llegó hasta el policía que estaba haciendo llorar a una niña de lo fuerte que le apretaba la muñeca lo empujó con tanta fuerza que el hombre perdió el equilibrio y cayó con las narices sobre el pavimento. Cuando se levantó miró a Ana con una furia abrazador
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