El cielo oscurecía mientras Sofía regresaba en auto a la mansión de los Méndez. Gabriel, como siempre, la acompañaba.
Casi todos los días salía con Sofía, ayudándola a manejar algunos asuntos de la empresa. Los dos parecían una pareja, y los demás consideraban a Gabriel como el yerno de los Méndez. Ante esta situación, Gabriel ni lo confirmaba ni lo negaba, prefiriendo dejar que las cosas siguieran su curso natural. Sentía atracción por Sofía y no se oponía a la idea de continuar una relación con ella.
Al bajar del auto, cuando estaban a punto de entrar, Gabriel se detuvo repentinamente.
— Sofía, sube tú primero, voy a salir a comprar algunas cosas —dijo Gabriel con una sonrisa.
Sofía lo miró.
— Vuelve pronto, te esperaremos para la cena.
Dicho esto, subió las escaleras.
El rostro de Gabriel se ensombreció inmediatamente y, en un abrir y cerrar de ojos, abandonó la mansión de los Méndez.
Bajo un gran árbol, detuvo sus pasos.
— ¡Sal de ahí! —ordenó con voz firme.
De la oscuridad emergió