En la habitación del hospital, Camila usó su mano sana para marcar un número de teléfono.
— Hola, señor Cordero, ¿no dijo que quería que protagonizara aquella serie? ¿Sigue en pie? —preguntó con un rastro de esperanza.
Estos días habían sido una locura para ella.
Los insultos en internet casi la llevaron al colapso mental. Valentina le había prohibido acceder a internet para protegerla.
Pero finalmente no pudo resistirse, incapaz de rendirse.
— Camila, estás completamente acabada, ¿y aún quieres actuar? La Administración General de Radio y Entretenimiento ha emitido una prohibición, ¿quién se atrevería a contratarte? Sé una ciudadana común y corriente, ¡olvídate de tus sueños de estrella! —respondió una voz impaciente al teléfono.
El rostro de Camila se tensó.
— Señor Cordero, ¡puedo trabajar sin cobrar! La prohibición de la Administración solo afecta al país, no al extranjero. Podríamos filmar y distribuir en plataformas internacionales... —intentó argumentar.
— ¡Aunque pagaras, nadie