Inicio / Romance / Despertar de un anhelo prohibido / Capítulo 5. Un Nuevo Amanecer: La Realidad de Valentina
Capítulo 5. Un Nuevo Amanecer: La Realidad de Valentina

La mañana siguiente a la gala fue una bofetada de realidad. El sol de Medellín, siempre generoso, se colaba por mi ventana en Laureles, pero no lograba disipar la neblina de sueño e incertidumbre que me envolvía. Había dormido poco, mi mente prisionera en un bucle: Alejandro, su sonrisa, la mano extendida que no pudo alcanzar, la mirada gélida de su tía Beatriz, y la urgencia de Mónica.

Me levanté con la pesadez de una resaca emocional, aunque no había bebido ni una gota. El primer instinto fue revisar mi teléfono, un acto inútil que ya sabía. Nada. Ni un mensaje, ni una llamada perdida. La pequeña chispa de esperanza que se había encendido la noche anterior se apagó, dejando un vacío que no esperaba sentir.

Intenté aferrarme a mi rutina, mi ancla en el caos. Me preparé un café fuerte y me senté en el pequeño balcón, abriendo un viejo ejemplar de mis poemas favoritos. Las palabras, sin embargo, se difuminaban en mi mente, incapaces de competir con la imagen de Alejandro. Solía encontrar consuelo en los versos, pero hoy solo lograban intensificar mi melancolía.

Luego, con la resistencia de quien cumple un castigo, me puse mi ropa deportiva. Correr por las calles de Laureles, sentir el viento en mi cara y el asfalto bajo mis pies, era mi manera de ordenar los pensamientos. Pero incluso mientras el ritmo de mis zancadas intentaba sincronizarse con los latidos de mi corazón, las preguntas sobre Alejandro, sobre lo que pudo haber sido, persistían. ¿Era solo un juego? ¿Un coqueteo de gala? La diferencia entre su mundo y el mío era abismal, casi ridícula. Él, el magnate, con una tía que parecía sacada de una novela de alta sociedad; yo, una diseñadora con dificultades familiares, que toma el metro y lucha contra la rebeldía de su cabello.

De vuelta en el apartamento, una ducha rápida fue un intento más de lavar la confusión. El vapor caliente no logró disipar el calor que sentía en las mejillas al recordar su mirada. Desayuné deprisa, un yogur con proteína en polvo y fruta, y me preparé para enfrentar el día. Mi uniforme de combate: jeans cómodos, una blusa sencilla y mis infaltables gafas. Peiné mi cabello, tratando de domarlo, un pequeño acto de vanidad antes de salir al mundo.

El trayecto en metro hasta El Poblado era parte de mi rutina diaria. En el vagón atestado, la gente hablaba de trabajo, de planes, de la lluvia de la noche anterior. Yo, en mi propio universo, seguía absorta en el recuerdo de una conversación fugaz. Al bajar en la estación del metro, el contraste era más evidente que nunca. Edificios imponentes, carros de lujo, boutiques exclusivas. El atelier donde trabajaba, aunque prestigioso, se sentía a años luz de la esfera de los De la Espriella.

Al llegar, el ambiente en el atelier era un hervidero de actividad. Mónica, mi jefa, no estaba. Su asistente, con el ceño fruncido, me interceptó de inmediato.

"Valentina, qué bueno que llegaste. Mónica no viene hoy. Me llamó hace un rato. Dice que el problema familiar de anoche se complicó y que estará ausente por unos días, quizás toda la semana. Tienes que hacerte cargo de todo. Hay una colección de emergencia para la boutique de Cartagena, y el pedido de los Gómez Palacio para la boda del mes que viene está atrasado. ¡Tenemos que sacar esto adelante!”

Un nudo se formó en mi estómago. Reemplazar a Mónica significaba el doble de trabajo, el triple de presión. Y con mis pensamientos aún divagando por Alejandro, la tarea parecía titánica. Asentí, intentando proyectar calma.

"Claro, no te preocupes. Me pongo al día con todo. ¿Hay alguna instrucción especial de Mónica?" pregunté, aunque sabía que sus "problemas familiares" solían ser sinónimo de situaciones complicadas, casi siempre relacionadas con su excéntrica hermana.

La asistente me entregó una pila de papeles y me explicó las prioridades. Mientras revisaba los bocetos y las telas, intentaba concentrarme, pero la imagen de Alejandro De la Espriella, el hombre de la gala, con su traje perfecto y sus ojos grises, seguía asaltando mi mente. Un destello de furia me recorrió al recordar a su tía Beatriz. ¿Sabía ella que Alejandro había intentado pedir mi número? ¿Sería capaz de interferir en algo tan trivial para él, pero tan significativo para mí?

El día transcurrió en una vorágine de telas, patrones y llamadas. La responsabilidad de Mónica sobre mis hombros era pesada, y la tensión de no saber si Alejandro me contactaría se sumaba al estrés. Mi mundo, que siempre había sido predecible y laborioso, de repente se sentía alterado, como si una pequeña grieta se hubiera abierto en mi rutina, y a través de ella, la posibilidad de lo extraordinario se asomara, aunque fuera de forma dolorosa.

Justo cuando estaba a punto de rendirme al agotamiento al final del día, mi teléfono vibró. Era Mónica. A pesar de su "problema familiar" y su resaca, su voz sonaba extrañamente lúcida.

"Valentina, mi vida, discúlpame por todo el caos. Sé que te he dejado un camión de trabajo encima," su voz era una mezcla de culpa y urgencia. "Pero necesito un último favor, es crucial.”

Mi paciencia estaba al límite, pero su tono me indicaba que era algo importante. "¿Qué necesitas, Mónica?"

"Mañana por la mañana," comenzó, "hay una reunión importantísima. Es sobre el proyecto de nuestra nueva marca de ropa exclusiva. Sabes, la que estamos desarrollando para expandirnos a mercados de lujo. Estábamos a punto de cerrarlo la noche de la gala, pero tuve que irme. Necesito que vayas en mi lugar. No es nada formal, solo asistir. Tienes que hablar desde tu experiencia, desde la parte textil: los precios de los materiales, los modelos de ropa que proponemos, los diseños más adecuados según lo que el cliente quiere. Tu ojo para el detalle y tu conocimiento técnico son esenciales. ¡Eres la mejor en esto!"

Un escalofrío me recorrió. ¿Una reunión importante? ¿Un proyecto de marca exclusiva? Mi mente, casi por inercia, se preguntó si tendría algo que ver con los De la Espriella, dado el revuelo de la gala. Pero Mónica no mencionó nombres, solo la urgencia.

"¿Estás segura de que quieres que vaya yo, Mónica? Es un proyecto grande, delicado..." Intenté protestar, no solo por la carga de trabajo, sino por la ansiedad que me generaba salir de mi zona de confort, y más después de la noche anterior.

"Más que segura, Valentina. Confío en ti más que en nadie en el atelier. Necesito que seas mis ojos y mi voz," insistió, con un tono que no admitía réplicas. "Te enviaré la dirección y los detalles por correo. Solo ve, escucha y aporta lo que sabes. Eres brillante.”

Colgué el teléfono con una mezcla de pavor y una extraña curiosidad. La idea de una nueva marca exclusiva sonaba emocionante en teoría, pero la perspectiva de una reunión tan importante, sin Mónica, me llenaba de nervios. Mi cabeza ya estaba repasando posibles diseños, estimaciones de costos de telas.

Al día siguiente, me vestí con un atuendo profesional pero discreto: una falda lápiz oscura, una blusa de seda en un tono neutro y un blazer entallado. Peiné mi cabello negro rebelde lo mejor que pude y ajusté mis gafas. La dirección me llevó a un moderno edificio en El Poblado, no muy lejos del Club Campestre, pero en un sector más corporativo.

La sala de reuniones era espaciosa, con una mesa de cristal imponente y una vista panorámica de la ciudad. Algunas personas ya estaban sentadas, la mayoría hombres de traje impecable, con el aura de quienes manejan grandes fortunas. Sentí el mismo cosquilleo de inseguridad que la noche anterior, pero me obligué a mantener la compostura.

Me senté en el lugar que me indicaron, abriendo mi portafolio con los documentos que Mónica había enviado. Levanté la vista para saludar al que parecía ser el anfitrión de la reunión. Mis ojos verdes se encontraron con los de un hombre joven, de unos treinta años, con una sonrisa abierta y unos ojos que me resultaron extrañamente familiares.

"Buenos días," dijo, extendiendo una mano. "Soy Camilo De la Espriella. Usted debe ser la representante del atelier. ¿Es la señora Mónica?"

Mi corazón dio un vuelco. Camilo De la Espriella. El hermano de Alejandro. La mera mención de su apellido, y el parecido en su sonrisa, me hizo sentir un escalofrío. ¿Será que Alejandro le habló de mí? ¿O es pura coincidencia? La idea de que mi camino se cruzara de nuevo con el suyo, aunque fuera a través de su hermano, me generó una mezcla de pánico y emoción.

"Buenos días," respondí, mi voz apenas un hilo, mi cara sintiendo el familiar ardor. "No, soy Valentina Vargas. Mónica no pudo venir, tuvo un problema familiar y me pidió que la reemplazara.”

Camilo, al escuchar mi nombre, detuvo su sonrisa. Sus ojos se abrieron ligeramente, una chispa de reconocimiento brilló en ellos. Me escaneó con una mirada rápida, no de desdén, sino de sorpresa, como si estuviera encajando una pieza de un rompecabezas. Y entonces, una sonrisa más genuina, un poco traviesa, se dibujó en sus labios.

La reunión comenzó, y yo, a pesar de mi nerviosismo inicial, logré concentrarme. Hablé de las propiedades de las telas, de los procesos de confección, de cómo optimizar costos sin sacrificar la calidad. Los conceptos de diseño fluían, mi pasión por la moda, lo único que me hacía sentir segura, tomaba el control. Camilo me escuchaba con atención, y cada tanto, notaba su mirada en mí, como si estuviera observando algo más allá de mis palabras. Me sentía bajo un microscopio, pero no de una forma incómoda, sino... curiosa.

Al finalizar la reunión, mientras recogía mis papeles, Camilo se acercó a mí. "Valentina Vargas," dijo, su voz con un tono de confirmación. "Así que usted es la diseñadora."

"Sí," respondí, sintiendo el rubor volver. "Es un placer, señor De la Espriella.”

"El placer es mío," respondió con una sonrisa que evocaba poderosamente la de su hermano mayor. "Espero que este sea solo el comienzo de nuestra colaboración, Valentina."

Y con eso, se despidió. Me dejó allí, en medio de la sala de reuniones, con una mezcla de alivio por haber superado el desafío, y una nueva ola de inquietud. El mundo de Alejandro De la Espriella, ese mundo inalcanzable, se había cruzado de nuevo con el mío. Y esta vez, su hermano me había visto.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP