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Capítulo 29 — En la guarida de los Alphas

Yvi  

Su mirada se endurece. Me evalúa, me juzga, lista para apartarme si no soy digna.

Soraya  

— Tengo ganas de ver si te mantienes en pie, Reina. Porque aquí, la debilidad no existe. Y tú llevarás a nuestros herederos. Lo quieras o no.

La miro, con la respiración entrecortada. Y por primera vez, siento el verdadero peso de este lazo. No es solo un juego carnal. Es una maldición. Una familia. Una manada.

Ivy (voz temblorosa pero firme)  

— Me mantendré en pie, Soraya… No tengo más opción.

Una sonrisa feroz se dibuja en sus labios. Se inclina y me besa en la frente como se marca a una presa.

Soraya  

— Bienvenida a la manada, Ivy… Ahora, veremos de qué eres capaz.

Ella se levanta, me da la espalda y se va con un paso ágil, como una bestia satisfecha… por ahora.

Me quedo allí, jadeante, atrapada entre el deseo y el miedo. Y en sus miradas… entiendo que están orgullosos de mí.

Ivy  

El amanecer lame las enormes ventanas de la mansión, acaricia las paredes de piedra negra y se detiene en las sábanas arrugadas de una cama demasiado grande, demasiado vasta… Me incorporo lentamente, desnuda, con el cuerpo aún adolorido por esa noche devoradora y salvaje. Cada movimiento despierta la deliciosa quemadura de sus marcas en mi piel.

Un ligero carraspeo me saca de mis pensamientos. Dos jóvenes mujeres me esperan en la puerta, la cabeza baja.

— M… mi Señora, murmura una de ellas. Somos sus sirvientas. Los Maestros nos envían para velar por su comodidad.

Asiento, demasiado cansada para protestar. Me levanto y las dejo guiarme. Ellas me devoran con la mirada, fascinadas, como si tuvieran delante a una diosa caída del cielo.

El baño es inmenso, casi irreal. Una habitación circular, con paredes de mármol negro veteado de oro, donde un enorme estanque de agua humeante reina en el centro. Pétalos de rosas negras flotan en la superficie.

— Déjese llevar, murmura una de ellas mientras desata mi cabello.

Cierro los ojos, estremeciéndome bajo sus delicados gestos. Me desnudan por completo, sin vergüenza, como si mi cuerpo ya les perteneciera. Lentamente, me ayudan a entrar en el agua tibia.

Un suspiro se me escapa. El calor me relaja, borra por un momento la tensión que pesa sobre mis hombros. Ellas frotan suavemente mi piel, mis brazos, mis muslos, se detienen en las marcas moradas dejadas por Lyam, Kael y Soren.

— Ellos ya te aman, susurra una de las chicas acariciando la huella de una mordida. Pocas mujeres pueden presumir de haber sobrevivido al abrazo de tres alphas.

No sé qué responder. Lo que sienten es más profundo, más violento que un simple amor. Es un lazo de manada. Animal. Salvaje. Y siento que ya me estoy perdiendo en ello.

Me enjuagan, me envuelven en telas preciosas, suaves como un beso. Luego me guían hacia la habitación contigua, un inmenso vestidor lleno de sedas, cueros y pieles.

— Los Maestros quieren que seas magnífica, me explica una. Eres su Reina. Debes estar a la altura.

Eligen un vestido blanco, ligero, abierto hasta el muslo, que se ajusta a mis curvas y revela mi garganta ofrecida. Una de ellas me peina, alisando mi cabello en una larga cascada oscura.

Cuando me miro en el espejo, no me reconozco. Me veo… peligrosa.

— ¿Dónde están ellos?

— En su oficina, murmura la más joven. Están resolviendo los asuntos de la manada. Negociaciones con los otros clanes.

Mi corazón se aprieta. Otro mundo. Otra vida. Y ahora estoy en el centro de esta tormenta.

---

Lyam  

— Si seguimos retrasando, lo verán como una debilidad, gruñe Kael golpeando con el puño la mesa de roble macizo.

Cruzo los brazos, con la mandíbula apretada. La oficina está sumida en la penumbra. A nuestro alrededor, mapas del territorio, archivos, contratos.

— No cederemos nada a esos bastardos del norte, gruñe Soren. Huelen el cambio porque Ivy está aquí. Están poniendo a prueba nuestros límites.

Mi mirada se endurece. Sí… Ivy. El corazón de la tormenta. Maldito sea el día en que supieron que la habíamos encontrado.

— Tendremos que organizar una reunión, suelto con voz grave. Mostrar que es nuestra. Que es Reina. Y quienquiera que la mire de reojo… morirá.

Kael esboza una mueca cruel.

— Con gusto. Pero… ¿está lista?

Bajo la cabeza, la sombra de una sonrisa en mis labios. No, no lo está. Pero ya no tiene más opción.

— La estamos preparando. Lo quiera o no.

Soren gruñe, se levanta de un salto.

— Ella es nuestra. Si esos perros quieren probarla, que vengan. Les arrancaremos la garganta.

El silencio vuelve a caer. La guerra está aquí, a las puertas. Y en el centro… ella. Ivy. Nuestra Reina. Nuestra perdición.

---

Ivy  

Estoy erguida, en el pasillo, escuchando sin querer sus voces graves. Y de repente, comprendo. No es un cuento de hadas. Es un trono de sangre en el que quieren elevarme.

Y en mi vientre… algo se despierta.

Soy de ellos. Pero pronto… ellos serán míos.

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