Cuando se quedaron solos Gabriel se acercó a Alan y con una sonrisa llena de cinismo lo miró a la cara.
—De verdad no salgo del asombro —Se carcajeó—. No sabes cuánto me encantaría verle la cara a Jeremith si se llegara a enterar que su amigo y hermano del alma le quería bajar a su mujer.
—Gabriel no puedes decírselo a nadie.
—¿Por qué? dame una buena razón.
—Sabes bien lo que eso conllevaría.
—Por supuesto que lo sé, Rous y tú irían a la cárcel por adulterio, y quién sabe qué sería capaz de hacer el Alfa para vengarse de su burla; porque supongo que sería muy doloroso para él enterarse que la traición proviene de ti.
—Por favor no se lo digas, entre Rous y yo no hubo nada.
—Pero le pediste matrimonio.
—Se suponía que