Capítulo 3. felizmente comprometidos

Max quería ahorcarlo allí mismo por aquellas palabras. Solo verlo traía a su mente aquella noche que le hacía hervir la sangre, la noche en que Fer sentaba en su regazo a un niño de unos 12 años y dejaba sobre la mesa un documento con casi la misma cantidad de hojas que había firmado hace un momento. 

—Gana un contrato que me dé una jugosa suma y a cambio tendrás a tu hijo —le había dicho esa noche a Max mientras él se quedaba viendo el parecido que tenía con Ana y la similitud entre sus ojos azules. 

—¿Mi… hijo? ¿De qué hablas, amigo? ¿Tan pronto te hizo efecto el vino? —soltó con una risa sonora, pero Fer ni siquiera mostró una sonrisa—. No creí que fueras tan gracioso… 

—Y no lo soy… —sentenció el hombre borrando la sonrisa de Max—. Veras, mi amigo, parece que necesitas un recordatorio de lo muy importante que es esta relación entre empresas —siseó mientras jugueteaba con un bolígrafo entre sus dedos y mantenía su mirada fija en Max y él en el pecho del anciano de donde el niño se aferraba con fuerza a su camisa—. Este contrato es crucial para nosotros y he estado pensando en cómo motivarte aún más a conseguirlo. ¿Y qué mejor motivo que tu propio hijo? 

Bajo la mesa, Max apretó los puños, preparándose para lo que vendría. Fue testigo del inicio de aquellas palabras demasiadas veces como para no saberlo. 

—Para amenazarme necesitas pruebas, Fer, y unas muy buenas… 

Sobre la mesa se esparcieron los exámenes, ecos y las fotos donde estaba la mujer que se había llevado su corazón con ella, luciendo una hermosa sonrisa junto a aquel vientre hinchado. Max dejó caer todo el contenido del sobre en la mesa y entonces lo vio… desde su primer mes hasta el último y finalmente… el acta de defunción con una foto de un bebé y el nombre de Ana. Max apartó las hojas con las manos temblorosas y notó un acta de nacimiento con la misma foto del bebé y en ella el nombre de una mujer cuyo apellido era igual al del viejo.  

—Qué… ¿Qué es todo esto? Esa es… 

—Ana… —le respondió Fer, viéndolo ponerse pálido mientras una señora de avanzada edad se llevaba al niño con ella—, ¿son lo suficientemente buenas para ti? De todos modos, puedes hacerle una prueba de paternidad al niño. Eso dejaría las cosas mucho más claras entre nosotros y así tu enfoque comenzaría a ser mucho más productivo. 

—¿Productivo? —explotó Max con el rostro enrojecido por la ira—. ¡He invertido años de mi vida trabajando codo a codo con tu empresa, obteniendo cada maldito contrato que querías! ¡La estabilidad de tu empresa depende de mí y no pienso soportar que menosprecies mi contribución e incluso me amenaces con un niño que no es mío! 

La sala resonó con sus palabras mientras Fer clavaba su mirada fría en él. Max no estaba dispuesto a dejar que Fer lo minimizara y mucho menos a ser amenazado de aquella forma, tal y como lo había hecho con más de uno de sus socios. 

—¿Qué mi empresa depende de ti…? —siseó Fer con un tono que cortó el aire como si fuera un cuchillo—. ¿Crees que no sé lo que haces? Saliendo con las esposas e hijas de los socios después de cada reunión. Solo me das contratos con tiempo limitado que se destruyen en cuanto sus esposos y novios se enteran de lo sucedido.

—Lo que me has pedido es conseguirlos, Fer, nunca hablaste nada de mantenerlos en pie para sacarles dinero a tu antojo. Además, mi vida personal no es de tu incumbencia. 

Fer cruzó los brazos sobre el pecho, esbozando una sonrisa fría que dejaba claro que estaba más que dispuesto a llevar las cosas con Max al límite si era necesario.  

—No tienes idea de la imagen que tu vida personal proyecta sobre la empresa, ¿verdad? —murmuró tamborileando los dedos sobre la mesa y Max apretó la mandíbula—. Escucha, no pido mucho. Solo quiero un último contrato que realmente impulse a la empresa, y para eso, tendrás que comprometerte con alguien que yo elija. 

—¿Te refieres a casarme? —preguntó él frunciendo el ceño y arqueando una ceja—. Eso ya lo hablamos cuando comencé a trabajar contigo y creí haberte dicho que solo me casaría con una mujer en mi vida… 

Fer sonrió con malicia, mientras Max sentía aquel hielo recorrer su espina hasta ponerlo rígido. 

—Eso es exactamente lo que necesito. Tendrás que hacerte pasar por el esposo de Ana —murmuró dirigiéndose hacia la puerta—. No solo es un contrato; es tu oportunidad de recuperar a tu hijo y a la mujer que amas… después de todo, ¿no es eso lo que siempre has querido? 

Max le lanzó una mirada fulminante y achicó los ojos. Ahora entendía el repentino interés en su vida personal cuando uno de sus socios los presento para crear un convenio entre empresas. 

—¿Ella sabe de la atrocidad que le ocasionaste? —le preguntó Max, sus palabras apenas salían como un susurro tenso mientras lo escuchaba reír sínicamente y pronto confirmo la realidad que era Fer Smith cuando giró hacia él con una enorme sonrisa, guardando las manos en los bolsillos, tal y como si disfrutara del tormento que había provocado en ella. 

—¡Para nada! Yo no soy un idiota como tú. Yo sí sé aprovechar las oportunidades y la mía la tomé cuando le arrebaté a su hijo recién nacido. Su potencial como diseñadora no podía ser opacado por un mocoso gritón que ocuparía todo su tiempo. 

Max sintió un nudo en el estómago y se quedó mirándolo anonadado, intentando digerir cada palabra que Fer le había dicho sin poder imaginar el dolor y la rabia que había sentido Ana… o quizás si podía, porque eran exactamente los mismos sentimientos que lo estaban matando. 

—¿Qué te hace creer que después de esto haré lo que me digas? ¿Olvidas que soy uno de los mejores abogados de la ciudad y que tengo suficiente poder como para...? —Max intentó protestar, pero Fer lo interrumpió con una mirada oscura y una risa amenazante.

—Seré directo —siseó girándose completamente hacia Max—. Si no quieres que tu hijo acabe vendido como esclavo y Ana acabe envuelta en algo mucho más creativo, entonces me darás ese contrato y serás una buena mascota de ahora en adelante. 

Max apretó los dientes con fuerza, se sentía impotente e inútil y era imposible negar que Fer lo tenía entre las cuerdas, pero hasta él sabía que sus jugadas tenían siempre un desperfecto. 

—¿Qué ganas con todo esto? Dentro de poco sederas tu puesto a esa mujer… 

—Solo asegúrate de conseguirlo —sentenció Fer—. Con respecto a la mujer que tomará mi puesto… bueno, estoy seguro de que esa será otra motivación para ti. 

Sin una palabra más, Fer salió de la sala con paso rápido y Max quedó allí sintiendo el amargor en la boca junto a un extraño peso en el corazón. Las palabras de Fer no dejaban de resonar en su cabeza y eso le provocaba un mal presentimiento que lo invadía por completo. 

Así fueron pasando los días, luego los meses y finalmente llegó el día en que Max confirmó que su mal presentimiento tenía nombre y un hijo de él.  

—Asegúrate de que todos los vean bajar del auto tomados de la mano —le ordenó Fer la noche anterior a la fiesta. 

—Apenas y acepta que le hable, crees que va a… 

—Me importa poco como lo hagas. 

Y esa era una orden que no estaba seguro de poder cumplir.

Max llegó a la casa de Ana con un nudo en el estómago, se acercó a la puerta principal y tocó el timbre con el corazón latiéndole como un tambor. Un segundo después, la puerta se abrió lentamente y el rostro serio de Emet Williams apareció. 

—¿Otra vez tú aquí? —dijo Emet con el mismo tono que dejaba claro su descontento de verlo—. ¿Es que no te cansas de traerle desgracias a esta familia? 

Max tragó saliva y se rascó la nuca con desesperación, deseando que la tierra se abriera en dos y se lo tragara. La última vez que cruzó caminos con Emet, fue para recibir un puñetazo de su parte y la devastadora noticia del fallecimiento de su hijo, por lo que los términos en que quedaron no eran precisamente los más cordiales.

—Emet, solo vine a ver a Ana porque… 

—¡No vengas a inventarme excusas porque ella ya me contó de tu grandiosa idea! —espetó cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿Así que por qué debería permitir seguir con este ridículo show después de todo lo que le has hecho?

—Para empezar, no fue mi idea y para finalizar me importa poco entregarte respuestas que no quieres escuchar. 

Emet soltó una risa cínica mientras se quedaba viendo a Max de arriba abajo como si fuera un bicho raro. Debía admitir que ahora era todo un hombre, uno cuyo único reflejo en sus ojos era la claridad de sus límites y él estaba en medio de ellos. 

—Ya no soy un niño, Emet, y no esperes que me aleje de ella ahora porque te aseguró que no lo hare. 

—Sigo sin confiar en ti, idiota engreído —murmuró, pero inmediatamente interrumpió a Max en cuanto este abrió la boca para responder—, pero ese jefe de Ana me da mucho menos confianza que tú. Así que seré claro: Te encargo a mi hija y si algo le sucede, te haré responsable y juro por Dios que traeré el infierno a tu vida. 

La expresión de Max pasó rápidamente desde la sorpresa a la incomodidad en un instante y sus ojos revelaron un atisbo de incertidumbre que no dejaba de resonar con las palabras de Emet. 

—Parece que tus enemigos no paran de crecer… —murmuró Ana con sorna, haciendo a un lado a su padre con dulzura y disipando el ambiente tenso que se había creado. 

Max casi salta en un pie de la emoción cuando la escuchó dirigirle la palabra, aunque fuera con antipatía, pudo notar algo diferente en su tono. Sin embargo, aquello era un momento fugaz y él lo sabía. 

—¡Tu padre no cuenta! Me conoce desde que jugábamos desnudos en la alberca, es más que obvio que sabe todas mis debilidades —le respondió él aguantándose la sonrisa—. Ahora vámonos que se hace tarde y tu jefe ya llamo para saber dónde estábamos metidos. 

Ana rodó los ojos, le dio un tierno beso en la mejilla a su padre y siguió a Max hasta su auto. 

Ella pudo jurar que el corazón le dio un salto cuando lo vio allí, parado con una sonrisa y sosteniéndole la puerta mientras le ofrecía su mano para ayudarla a entrar, pero aquello se convirtió en un revoltijo al recordar cada lagrima que salió de su corazón cuando deseo que hiciera aquel simple gesto en el pasado. 

—Ni lo sueñes, querido —espetó arrebatándole las llaves de la mano mientras Max casi pegaba la quijada al suelo al verla subirse en el asiento del conductor y encender el Tesla.

—Bájate inmediatamente de mi auto, Ana… 

—O te subes o te dejo —le dijo con una sonrisa malévola—. Tú eliges, aunque en lo personal, me gustaría la segunda opción.  

Max chasqueó la lengua y se subió al auto dando un portazo. 

—Por lo menos el cerebro lo tienes en buen estado —balbuceó y lo vio girarse hacia ella de mala gana, solo para verla sonreír y arrancar con fuerza. 

No hace falta decir que al llegar los reporteros fueron recibidos por quien menos esperaban. Sin embargo, eso no los hizo desistir de hacer las mil preguntas que abrirían paso a un huracán. 

—Señorita Williams, ¿es cierto que entre usted y el señor Miller, el soltero más codiciado de la ciudad, existe una relación fuera de lo profesional? 

—¿Desde cuándo salen usted y el señor Miller? 

—¿Qué sucedió con su ex prometido y como está tomando la noticia? 

Ana solo sonrió con cortesía y espero pacientemente el brazo que le tendía Max. Fer había sido claro en que debían dar la mayor impresión de una pareja, pero lo que Ana jamás imagino fue que Max se metiera en su papel con tal facilidad.

—Si algún hombre existió en la vida de mi preciosa Ana, eso ya es pasado, ahora estamos felizmente comprometidos. ¿No es así, cielo? 

A Ana le temblaron los labios y el corazón se apretó contra su pecho cuando las cámaras comenzaron a flashear. Max seguía sosteniéndola con fuerza y agradecía que fuera de ese modo, porque en cuanto paseo la vista por la multitud de gente, solo pudo detenerse en aquellos ojos conocidos y llenos de duda que la veían fijamente mientras ella colgaba del brazo de otro hombre… uno al que supuestamente odiaba. 

—Ángel… —murmuró apenas audible, sintiendo que su mundo se venía abajo. 

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