Capítulo 2. Lo que haga la madre, lo sufre el hijo

Al día siguiente, cuando Ana se vio en el espejo solo pudo alabarse. Realmente se había convertido en una mujer muy hermosa y aquella moñeta a medio recoger junto con el conjunto deportivo sencillo, lo certificaban. 

—Es hora de ayudar a los que si me necesitan —se dijo a sí misma y corrió a robarse las llaves del auto de su padre. 

Como diseñadora de moda, rara vez encontraba tiempo para actividades fuera de su agitada vida laboral. Es por eso que en cuanto su jefe la invito a monitorear el trabajo de un grupo de voluntarios que estaban trabajando en la limpieza y embellecimiento de un parque local ella acepto casi inmediatamente. 

Nada más llegar, paseó por los caminos empedrados disfrutando del aire libre mientras subía por unas escaleras que parecían llegar al cielo. No había terminado de admirar el paisaje cuando Fer Smith ya estaba gritando su nombre a todo pulmón. 

—¡Mi querida Ana! —exclamó el viejo levantándose para estrecharla entre sus brazos. 

—Señor Smith, qué gusto me da verlo —lo saludó recibiendo aquel abrazo oloroso a café recién colado—. ¿Qué tenemos por hacer el día de hoy? 

—Por eso es que te elegí para ser la CEO de mi empresa —se regodeó el viejo—. Tú motivación y energía es muy renovadora… ¡casi me siento de quince otra vez! 

Fer estuvo comentándole todo lo que debían hacer y ella lo escuchó atentamente, anotando cada pequeño punto en su teléfono, hasta que llegó a un pequeño tope que la hizo arrugar la cara. 

—Espera… ¿Qué…? ¿Comprometerme…? —balbuceó aturdida. 

—Sí, comprometerte —le respondió él sin darle importancia al asunto—. ¿Hay acaso algún problema? 

—¡Por supuesto que lo hay! ¡Yo ya estoy comprometida! 

—Sí, pero él no está presente, ¿o sí? Necesitamos dar una imagen más sólida en este evento y esa es una buena forma de mostrarnos perfectos frente a sus estándares —espetó con una mueca—. Es por eso que tú y el CEO de una empresa con la que hicimos negocios para este proyecto asistirán juntos como un matrimonio. Creo que eso impresionará a nuestros clientes y socios comerciales.

Ana frunció el ceño y estuvo a punto de preguntar de quién se trataba hasta que miró la dirección en la que Fer apuntaba. 

—¡Ni muerta y resucitada! —gritó enfurecida y Fer achicó los ojos con una sonrisa maliciosa cuando se giró hacia él con los ojos destellando fuego—. ¡Prefiero que me despidas!

—¿En serio? Creí que querías ser la nueva CEO de la empresa —dijo con sorna dándole un sorbo a su café, viendo el labio inferior de Ana temblar ligeramente—, esto es lo único con lo que puedes demostrarme que eres capaz de representar a la empresa y conseguir el puesto que deseas, querida Ana. Si no lo haces, entonces tendré que buscar a alguien más que si quiera hacerlo. 

Un vacío se abrió en el estómago de Ana, al mismo tiempo que el nudo atrapado en su garganta le impedía respirar. Había trabajado tanto para conseguir la empresa que ya incluso aseguraba que era suya, pero escuchar a Fer diciéndole que se comprometiera en un falso matrimonio solo para obtener el puesto aún después de todo lo que había hecho, la dejaba al borde de la desesperación. 

—¡Está bien! Está bien… lo haré… me comprometeré… —gritó y murmuró casi al borde del llanto. No podía renunciar ahora solo porque ese imbécil sería su falso prometido—. Hablaré con Ángel en cuanto esté aquí y le explicaré todo. 

—¡Pues no se diga más! ¡Acércate, Max! —le indicó Fer. 

El corazón de Ana se aceleró y sus manos temblaron ligeramente cuando él comenzó a acercarse mientras un ligero calor inundaba su cuerpo. Por mucho que quisiera negarlo, ese hombre seguía haciéndola sentir las mismas cosas. 

—Señor, con todo respeto, solo tengo una condición… —murmuró Ana antes de que Max llegara a la mesa, y el viejo hizo una mueca para que continuara—. Elige a otro… por favor, cualquier otro hombre, menos a él.

Ana luchó por mantener la calma; su mirada estaba fija en su jefe mientras su mente corría con recuerdos dolorosos. Pero cuando él sonrió y negó, aquellos recuerdos parecieron aceptar convertirse en la realidad que la perseguiría de ahí en adelante.

—Me temo que no se podrá cumplir tu condición, querida. Tómalo o déjalo, pero es con Max Miller o te despides del puesto.

El aire se volvió tenso cuando Max se acercó al grupo. Ana tenía un ligero brillo de tristeza y enojo que cruzaba por sus ojos oscuros. Él solo pudo pensar que se debía a su presencia, así que carraspeó para decir cualquier cosa, pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta y solo un nombre salió de sus labios.

—Ana… 

Ella lo miró fríamente, sin hacer ningún intento por ocultar su incomodidad y solo pudo devolver su nombre como una ráfaga de hielo.

—Max.

—¿Ya se lo dijiste? —preguntó él y vio a Fer asentir mientras se ponía de pie.

—Así es.

—Te dije que no lo tomaría bien...

—No me preocupa en absoluto si ninguno de los dos se lo toma bien —espetó poniendo frente a ellos un contrato y una pluma—. Ahora, firmen, y se los advierto de una vez. Deben aparentar ser el matrimonio más enamorado que ha existido sobre la tierra; ambos tendrán que trabajar juntos para conseguir ese contrato, o de lo contrario... tú tendrás que olvidarte de tu nuevo puesto y tú tendrás que alejarte de la vida de mi sobrina —sentenció señalando a cada uno y largándose de allí. 

El aire se tensó y un silencio incómodo se creó entre ambos. Ana parecía como si estuviera petrificada, hasta que Max la observó pasar del enojo a la frustración y de ahí al miedo. 

Ella podía enumerar todo el día las cosas que había hecho para ganarse ese puesto y parecían haber sido suficientes, pero eso eran: un "parecían". Años de esfuerzo, sacrificio y dedicación, ahora eran reducidos a una burla cruel del destino y todo por un hombre que se creía aún con poder en su vida. 

—Esto es una pesadilla... sí… seguro tiene que ser una pesadilla… —susurró, tratando de convencerse a sí misma con los dientes apretados y Max la vio llevarse las manos al rostro mientras maldecía en silencio. 

Por un largo rato, respiró profundamente y trató de buscar explicaciones hasta que de repente, como el trueno en medio de una tormenta, una hipótesis vino a su mente. 

—Tuviste algo que ver con esta idea loca de Fer, ¿no es cierto? —soltó, dejando a Max petrificado y con el ceño fruncido. 

—¿De qué demonios estás hablando, Ana? ¡Yo no tuve nada que ver con esto!  

Ana se levantó y achicó los ojos mientras se acercaba lentamente a él, verlo intentar negar lo evidente solo hizo que la llama en su corazón desatara un incendio forestal en sus emociones. 

—¿De verdad piensas que voy a creerte? 

—¿Y por qué no? ¿Por qué solo asumes que tuve algo que ver con esta idea descabellada? ¿Por qué piensas siempre tan mal de mí, Ana? 

—¡Porque te conozco, Max! —espetó furiosa—. ¡Siempre has estado dispuesto a hacer lo que sea necesario para conseguir lo que quieres y desde que llegue te has dedicado a obstruir en mi vida! ¿Crees voy a creerme que todo esto no es obra tuya? 

—Pues lo creas o no te aseguro que tu jefe me sorprendió tanto como a ti y que también me está manipulando para conseguir lo que quiere…  

—¡Claro! Y también te dijo que le dijeras que no lo tomaría bien, ¿no? 

—Ana, en serio no tuve nada que ver con el contrato… —afirmó frunciendo el ceño—. Fer lo decidió por sí mismo y te aseguro que le estas confiando tu carrera a la persona equivocada…  

—¿¡Y eso que tiene que ver contigo!? Tienes una carrera fantástica y un montón de mujeres detrás de ti a costa de tu difunto hijo y de mí, ¿Por qué mejor no te quedas con eso y paras de meterte en cada hueco de mi vida? 

Max sentía que no podía respirar, sentía que algo pesaba sobre su pecho y le impedía respirar, pero que daba paso a las lágrimas que intentaba no dejar salir junto a la desesperación que inevitablemente se abrió paso en el segundo exacto en que ella se dio la vuelta para marcharse. 

—¡Deja de reclamarme algo que hiciste peor, Ana! —le gritó y la vio frenar con los puños apretados sin voltear para darle la cara. 

—Es mejor que te calles, Max… 

—¡No, Ana, me canse de callar y tragarme tus insultos! —exclamó—. ¿Tienes acaso una idea de cuánto te busqué…? 

—No me importa en absoluto… —gruñó ella. 

—¡Pues debería importarte! —le gritó lleno de impotencia—. ¡Te busque como un loco por todos lados, les preguntaba cada día a tus padres por ti, intente escribirte y llamarte, rogarte que no te llevaras a nuestro hijo, pero solo desapareciste como un fantasma! ¡Yo me alejé días, pero tú lo hiciste por años! ¡No tienes ningún derecho a reclamarme nada y mucho menos si no sabes los sacrificios que he hecho por ti! 

Ana no dijo ni una palabra, solo volteó a verlo con odio por encima del hombro con una lagrima asomándose por su mejilla y luego avanzo hasta él con pasos decididos y feroces. Si antes le importaban las palabras del hombre frente a ella… antes no era ahora y ambos lo sabían. 

—Desaparecer de tu vida era precisamente lo que quería… —le respondió con frialdad secándose las lágrimas mientras el tragaba en seco y sentía que la sangre se le helaba en un segundo—. Merecías un castigo peor, Max, pero tristemente era joven e idiota, y alejarme fue lo mejor que pude hacer después de todo lo que nos hiciste… ¿Crees que me importa cuánto tiempo me buscaste? ¿O si hablaste con mis padres? No tienes perdón, Max, no lo tienes, ni lo tendrás. Nada va absolverte del daño que nos hiciste. 

Max se llevó una mano al rostro y cubrió su boca, notando aquel picor en sus ojos que lo agobiaba. Sentía como sus dientes hacían un intento por quebrarse ante la presión que ejercía al apretarlos. No sabía qué hacer y estaba desesperado, ella parecía completamente dispuesta a olvidarlo, pero en algo estaba siendo sincero consigo mismo… para él, olvidarla sería imposible y lo supo al segundo siguiente en que ella lo apuñaló con sus palabras. 

—Respecto a tus "sacrificios", realmente no me importan… —murmuró con la voz rota—. Tú no tienes idea de lo que se siente dar a Luz y que te digan que has perdido a tu hijo… a lo único que le daba luz a tu vida… 

Las palabras de Ana hicieron un hoyo en el corazón de Max. Por supuesto que lo sabía, entendía perfectamente el sentimiento que la atormentaba, porque él también lo había sentido en el instante en que su jefe llegó con la noticia y el contrato que ahora firmarían. 

—Por supuesto que sé lo que se siente… —murmuró él con una sonrisa triste sin poder evitarlo.  

Max la vio abrir los ojos, en ellos había una mezcla de esperanza y curiosidad hasta que el brillo del odio que sentía por él tomo su lugar. Un segundo después la vio avanzar hasta la mesa y sacar de su bolso un bolígrafo con el que firmo los papeles, los tomó con rabia y camino hasta quedar frente a él. 

—¡Aquí tienes! —dijo ella finalmente entregándole los papeles—. Firma y continua con este infierno en donde tú eres parte de la razón por la que estoy atrapada en él, pero te aseguro que cada día de tu vida será más miserable que el anterior. 

Max observó por un largo segundo la firma en las hojas y con un suspiro las tomó. Si él firmaba, entonces serían una pareja temporal, aun cuando todo fuera un teatro, pero allí existía al menos una oportunidad de reconquistarla. 

—Lamento que las cosas no salieran según tus planes, pero con días miserables o no, igual firmaré —sentenció él con voz ronca—. Mi meta está pasando este contrato y no perderé la oportunidad, así como tú no quieres perder la tuya para obtener tu puesto soñado. Por eso firmaste, ¿no? 

La voz de Max sonaba extremadamente dulce, pero sus palabras no lo eran. Ana ni siquiera pensó dos veces en deshacerse de la esperanza de que él hubiera cambiado, seguía siendo el mismo hombre egoísta y despiadado al que no le importaba herirla. 

—Tan arrogante como siempre… —murmuró ella con desprecio y se largó de allí con un sentimiento extraño, revolviéndose en su pecho. 

Max sintió un peso abrumador dentro de él al presenciar cómo Ana le daba la espalda. Era como si reviviera la cruda memoria de aquella noche en la que tomo su primera vez y al despertar abrazados, le suplicó desesperado un tiempo para reflexionar. 

La sensación de seguirla lo invadió y pronto se transformó en una mezcla abrasadora de ira y resentimiento al recordar aquella presencia seguía acechándolos.

—¿Vas a salir o te quedarás husmeado todo el día? —espetó con rabia y se dio la vuelta, cruzándose de brazos—. Después de todo, desconfiar de tu aliado no habla bien de ti, ¿no crees, Fer?

Con una sonrisa torcida el anciano salió de detrás de una pared y se recostó en la misma para clavar sus ojos en Max. 

—Más vale que todo funcione según lo acordado, mi querido Max. O de lo contrario tu pequeño hijo sufrirá las consecuencias de lo que haga mal su madre. ¿Te queda claro? 

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