Capítulo 5. Al lobo se le conoce por la piel que viste

Si alguien le hubiera advertido a Max que el lado despiadado y cruel de Ana iba a retorcerle el corazón con un nudo doloroso, quizás habría pensado dos veces antes de llevar a cabo aquel movimiento del que se arrepentiría al instante en que escuchara su respuesta.

—Ana… te juro que no es lo que…

—No necesitas molestarte en darme explicaciones —respondió ella pasando de largo junto a Max y Noelia. Sacó un labial rojo de su bolso y lo aplicó con precisión sobre sus labios, frente a uno de los espejos cercanos—. Lo que hagas con tu desfile de iguanas me resulta completamente irrelevante, pero el contrato es un punto y aparte en esta historia.

Max apretó los labios y encajo su desinterés por él en el rincón más alejado de su corazón con la esperanza de que no doliera con la misma intensidad que le estaba doliendo.

Esperaba que lo celara o que le hiciera una escena, al igual que lo hacía de jóvenes. Sin embargo, no había anticipado su respuesta gélida, ni ese comportamiento sereno y maduro que lo estaba destrozando por dentro.

—El contrato está bien… es solo que… —intentó explicarse Max, pero las palabras parecían atascarse en su garganta.

Ana lo miró con el ceño fruncido esperando una explicación que no llegaba y que segundo a segundo la estaba desesperando.

—¿¡Solo que qué!?

Max fue incapaz de encontrar las palabras adecuadas. No solo porque Noelia estaba allí, sino porque no las había para lo que él realmente quería de ella. En su lugar, tomó el brazo de Ana y la condujo hacia una sala apartada. Mientras Noelia quedaba atrás, rumiando su rabia.

—¡Suéltame! —espetó Ana soltándose bruscamente del agarre de Max en cuanto cruzaron la puerta—. ¿Qué demonios te sucede? ¡Pudo haber…!

Max camino de un lado a otro con desespero y sin escuchar ni una sola palabra de lo que ella le reclamaba. Se estaba volviendo loco, o, mejor dicho, la nueva versión de Ana lo estaba volviendo loco y cada vez todo se ponía más difícil, más nublado y más cerca de la realidad que él no quería aceptar.

—¿Estás jodiéndome?

—¿Qué?

—¡Qué si estás jodiéndome, Ana! —repitió y la vio negar, mirándolo como si se hubiera vuelto loco… y si… por ahí estaba yéndose bien derechito—. No puedo imaginar otra razón para que te muestres tan… madura y serena frente a una situación como esa. ¿Qué hubiera pasado si… si hubieras visto algo que no hubieras querido?

Ana no podía creerlo y por mucho que quisiera negarlo, su cuerpo y su mente estaban en shock.

¿Él… le estaba reclamando por no hacerle una escena?

Ana respiró profundamente, sintiendo que su labio temblaba y las lágrimas subían a sus ojos mientras el huracán de recuerdos venía a su mente. Solía hacerle eso, solía celarlo y hacerle dramas frente a las mujeres con quien planeaba acostarse, aguantando sus gritos y malos tratos mientras le repetía una y otra vez que ella no era lo que quería.

—Nada, no hubiera pasado nada —le dijo con una calma que lo desconcertó mientras ella se encogía de hombros y guardaba en lo profundo de su corazón todos aquellos recuerdos—. ¿Qué esperabas? ¿Qué me pondría histérica y te rogaría que no me engañaras con esa mujer?

Max apretó los puños y se detuvo un instante para verla directo a los ojos. Estaban húmedos y rojos, pero de ellos no brotaba ni una sola lagrima.

—Yo… pensé que al menos te importaría un poco… Aunque esto sea… solo un teatro para ambos —añadió con un rastro de amargura.

Ana lo miró fijamente intentando descifrar si esas palabras habían salido de su boca para manipularla o si realmente las sentía.

—Lo que suceda entre nosotros ya no me importa —le dijo con voz firme y eso fue suficiente para ver en el rostro de Max, la respuesta a esa duda que la carcomía—. Esto no es más que lo que dices: un teatro.  

Max sintió un nudo en la garganta. Volver después de tantos años para encontrarse con esta versión de Ana era como si le hubieran dado una patada en las pelotas. Ella siempre había reclamado su lugar en su vida, pero ahora estaba prácticamente regalándolo con todo y moño en la cabeza.

—Ana, yo...

—Deja las cosas como están, Max —lo interrumpió ella, levantando una mano para detenerlo—. Lo que hiciste, el cómo te comportaste y lo que paso entre nosotros... Ya no me afecta. Entendí que no te interese nunca y que nunca seriamos felices. Así que no necesitas preocuparte, no pretendo hacerte ninguna escena, eso quedo en el pasado.

Max se quedó sin palabras cuando vio aquella sonrisa fría y vacía en los labios de Ana. El karma lo estaba matando lentamente con cada una de sus respuestas y lo peor era que su odio por él solo se intensificaría cuando finalmente supiera la verdad.

—Entonces… ¿Noelia y yo…?

—No me interesa lo que tengan ustedes dos —espetó encogiéndose de hombros—. Solo me importa el contrato y según lo que me dijiste tan decididamente, a ti también.

Nunca había esperado que ella fuera tan indiferente hacia él, tan decidida a seguir adelante sin mirar atrás. Era un golpe doloroso a su ego, pero también era esa revelación que necesitaba ver de cuánto había perdido por su propio egoísmo.

Max bajó la cabeza resignado y con un suspiro asintió metiendo las manos en los bolsillos, mientras a las espaldas de ambos Noelia cambiaba de colores y apretaba los puños detrás de una pared.

—Entiendo… pero, ¿no te interesa saber nada?

—¿Y qué necesito saber? —respondió torciendo los ojos—. ¿Qué en alguna época te acostaste o sigues acostándote con ella y ahora no sabes cómo arrancarte la sanguijuela que te chupaba la ver**?

—¡Ana! —exclamó Max colorado porque oírla hablar de ese modo era nuevo para él y Ana rodó los ojos con fastidio—. Es solo que… para ambos el contrato es importante y ella…

—Ya hablaremos en otro momento sobre tu invento, si eso es lo que quieres, Max, pero ella en realidad no es tan relevante como crees. Ahora vámonos que Mark nos espera.

Se giró para irse, pero apenas cruzo el umbral de la puerta, el agarre fuerte de una mano en su muñeca la hizo gruñir, encontrándose con el rostro colorado de Noelia y una sonrisa arrogante.

Había aguantado sus miradas de desprecio, había aguantado sus comentarios y había aguantado su presencia en toda la fiesta, pero que la tocara y pretendiera dejarla en ridículo frente al imbécil de Max… eso sí que no se lo permitiría.

—¿Qué demonios quieres? No recuerdo haber hecho tijeras contigo —espetó ella y Noelia hizo una mueca.

—Hay que ver que te falta una buena domesticación…  ya veo porque Max me prefirió antes que a ti…

La carcajada que salió del pecho de Ana fue sonora y clara, y Noelia estaba lista para soltar todo su veneno cuando Ana abrió la boca. 

—¡Ay, por favor! ¿Hablas de tener una como la tuya? —respondió con un sarcasmo mordaz que parecía cortar el aire entre ellas—. Lamento decirte que no te domesticaron tan bien como crees… ¿Y cómo puedes mencionar algo como lo de Max? ¿No te da vergüenza?

Noelia apretó los dientes con fuerza, esperaba que Ana se sintiera mal o que flaqueara ante su comentario, pero la chiquilla tenía una sonrisa triunfal y sus ojos brillaban con una malicia estremecedora.

—¿De qué hablas, ridícula? —siseó contoneando su cadera y levantando la barbilla mientras sus ojos iban cada segundo y medio en dirección a Max. 

—Hablo de que deberías probar algo más original que interpretar el papel de esposa decente —siseó con sorna—. No te queda bien, y ciertamente no lo haces tan bien como crees.

Ana soltó nuevamente una carcajada que resonó en la habitación cuando vio que Noelia y Max fruncían el ceño simultáneamente.

—¿Es una broma o de verdad no sabes de qué estoy hablando? —siseó tratando de aguantarse las demás carcajadas porque la mujer frente a ella o se hacía la idiota… o realmente lo era—. Lo creo de Max, ¿¡pero de ti!? Sí no lo sabes, entonces creo que realmente deberías preocuparte por tu falta de inteligencia y por las cosas que dices o haces frente al que llamas esposo. 

—Pienso que la que no sabe lo que dice ni controla sus acciones eres tú, querida.

—¿Disculpa?

—Yo soy la esposa del hombre cuyo contrato les interesa, no creo deba recordártelo.

Ana parpadeó lentamente, tratando de comprender las palabras de Noelia, porque fuera a propósito o no, la mujer realmente se creía su rol.

—¿Me quieres explicar un poco de tú… "amenaza"? —le preguntó Ana cruzándose de brazos mientras veía a Noelia sonreír con altanería a la vez que se encogía de hombros.

—Solo digo que ese contrato que tanto anhelas tener de la empresa de mi esposo y mía… bueno, puede no llegar a culminarse.

Ana sentía que el estómago se le revolvía con solo ver su cara, pero solo pudo recordar las palabras de aquella persona y el orden de las piezas de ajedrez con que jugaba.

—Al lobo se le conoce por la piel que viste, querida Noelia y tú, definitivamente no sabes usar bien el disfraz.

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