—Tengo un plan maestro. Haz lo que te digo —le indiqué.
—Oh... —Rosa pareció no entender del todo, pero de inmediato se puso a trabajar.
Antes de terminar su jornada, me proporcionó los contactos de varios responsables de agencias de cobro.
Les llamé uno por uno y, tras varias negociaciones, seleccioné a la más despiadada.
Mi petición era simple: cobrar ochenta mil a Carmen.
No me importaba el método, con tal de recuperar el dinero, estaba dispuesta a pagar el doble como comisión.
Carmen no tenía forma de pagar. Cuando la agencia la acorralara, su única salida sería volver a trabajar.
Si la agencia no cobraba, yo solo pagaría la tarifa de servicio normal.
Usar el mínimo esfuerzo para fastidiar al máximo: una táctica que había aprendido de gente como Carmen y Antonio.
Efectivamente, a los pocos días, Carmen regresó para continuar trabajando en limpieza.
Aproveché un momento libre y bajé, fingiendo supervisar el departamento.
Como era de esperar, me encontré a Carmen trapeando.
Me miró c