No podía ver nada.
El corazón de Adeline latía aceleradamente, mientras Anthony la guiaba en medio de la habitación. Una venda cubría sus ojos, impidiéndole así descubrir antes de tiempo la sorpresa que su ahora esposo le había preparado.
—¿Ya? —preguntó ella con la ansiedad latiendo en todo su ser.
Era su noche de boda. Un día feliz, un día que no imagino vivir.
Anthony retiró la venda de sus ojos muy lentamente y descubrió entonces una habitación decorada con rosas rojas y velas; pero no era eso lo que captó su atención, era el cuadro que reposaba sobre la cama.
Se trataba de un retrato de su persona, la imagen reflejaba la espontaneidad de su ser y la dulzura de su mirada.
“Porque una mujer como tú, es digna de ser admirada”, decía la inscripción debajo de la pintura.
Los ojos de Adeline se humedecieron por vigésima vez en ese día, había sido un día cargado de emociones. De llanto, pero no llanto de dolor, sino de la más pura y genuina felicidad. Era increíblemente fel