A las dos de la madrugada, Scarlett me envió unas fotos.
En la primera Rocco estaba de rodillas en la plaza debajo del edificio de su oficina, sosteniendo un ramo de rosas blancas y mirando con amor la fachada del edificio.
En la segunda, se veía la silueta de ellos corriendo a la luz de la luna, ella llevaba puesto un vestido blanco y él la perseguía.
La tercera era una foto instantánea de esa misma tarde, de ellos abrazados en su oficina.
Dejé el teléfono y me acerqué a la ventana.
En la distancia, la torre comercial todavía estaba llena de luz, y el espectáculo seguía repitiéndose sin parar.
Así que era eso.
Lo que mis colegas pensaban era una “sorpresa de aniversario” en realidad era la declaración de amor pública de Rocco hacia Scarlett.
Tomé el teléfono y le respondí: “Felicidades”.
Luego bloqueé su número.
Quedaban ocho días para mi vuelo.
A la mañana siguiente, recibí un mensaje masivo del asistente de Rocco: “El Alfa está participando en una competición de caza entre manadas durante cinco días. Estará fuera de contacto”.
Cinco días.
Era el tiempo suficiente para que yo lo resolviera todo.
Llamé inmediatamente a una empresa de mudanzas.
—¿Quieres que lo mudemos todo? —preguntó uno de los que hacían la mudanza.
—Todo lo que es mío —dije, señalando las cajas que ya había empacado—. Esto es todo.
Seis años de relación y todo había quedado empacado en una docena de cajas de cartón.
La ironía era amarga.
—¿Y qué hay de los muebles y las decoraciones? —preguntó el de la mudanza, señalando el sofá y las fotos en la pared.
Eché un vistazo a las piezas que una vez había elegido tan cuidadosamente, cada una era un contenedor de mis esperanzas para nuestro hogar.
—Déjenlos aquí.
Esas cosas “nos” pertenecían. Ahora que “lo nuestro” ya no existía, no tenían ningún sentido.
Después de que la camioneta de mudanzas se alejara, me quedé un momento en la guarida vacía para darle un último vistazo.
Luego cerré la puerta y me marché sin mirar atrás.
Durante los siguientes días, me quedé en un hotel del centro, resolviendo mis asuntos.
Separando cuentas bancarias, cambiando beneficiarios de seguros, terminando contratos.
El cuarto día, estaba en el estudio de mi padre, discutiendo los detalles finales de la alianza matrimonial, cuando recibí una llamada de Jessica, la recepcionista de la empresa de Rocco.
—Luna Caterina, llegó un paquete para usted, pero como no estaba en casa, el mensajero lo trajo a la oficina —dijo Jessica, con una voz llena de emoción—. ¡Es una caja enorme y hermosa!
Fruncí el ceño y le pregunté:
—¿Qué es?
—Tiene el emblema de la Manada Bosque Negro. Debe ser algo importante. El Alfa no está aquí, así que no nos atrevimos a hacer nada con ella.
¿La Manada Bosque Negro?
Debía ser el vestido ceremonial para la nueva Luna.
—Entendido. Gracias.
Después de colgar, una sensación de temor me invadió.
Si Rocco veía ese vestido...
Como era de esperarse, esa tarde, recibí una llamada furiosa de él.
—¡Caterina!
Practicamente estaba rugiendo, su furia de Alfa era tan potente que la podía sentir a través del teléfono.
—Ven a mi oficina ahora mismo.
Podía escuchar el sonido de cosas rompiéndose en el fondo. Al parecer, estaba destruyendo su oficina.
Eché un vistazo a mi reloj, notando que quedaban cuatro días para mi vuelo.
—De acuerdo. Voy en camino.
Abrí la puerta de la oficina de Rocco con un ruido ensordecedor.
Él estaba de espaldas a mí, mirando hacia afuera por la ventana panorámica, irradiando una aura peligrosa.
En su escritorio, la exquisita caja blanca había sido destrozada. Dentro, el vestido ceremonial de la Luna reposaba como una cascada de seda azul profundo y bordados de plata, con patrones de lunas y estrellas que brillaban bajo la luz.
Era un vestido que solo se usaba en las coronaciones más sagradas de una Luna.
—¿Qué es esto? ¿Un vestido de Luna? —Rocco se volvió lentamente, con sus ojos ardiendo de furia—. No te hagas la tonta, Caterina. ¿Quién es él? ¿Qué Alfa crees que podría reemplazarme?
Yo me mantuve tranquila.
—Eso no te concierne.
—¿No me concierne? —él sonrió con desdén—. Entonces, ¿para quién te vas a poner ese vestido? ¿Para ese tal Damon?
El nombre pareció ponerlo al límite. Avanzó hacia mí, con cada paso cargado con la absoluta autoridad de un Alfa.
—¿Crees que me vas a amenazar encontrando a un reemplazo? Caterina, eres demasiado ingenua.
—Te lo dejaré claro —dijo con una rabia contenida—. Él nunca se acercaría a una mujer marcada por otro Alfa. Aunque te desnudaras delante de él.
Yo no respondí y solo lo miré.
Incluso en aquel momento, ese hombre pensaba que todo lo que yo estaba haciendo era un intento desesperado por volvérmelo a ganar.
—¿Quién te crees que eres? —Rocco se acercó más a mí, mientras su presencia de Alfa me abrumaba como un peso físico—. Sin mi permiso y sin la bendición de los Ancianos, nunca estarás con otro hombre. Tú eres mía.
Su voz se convirtió en un gruñido.
—¿Crees que puedes jugar conmigo, Caterina? ¡No estás al nivel para hacerlo!