Después de colgar, Clara se dirigió directamente a la empresa de Rocco.
Los nudillos de Clara empalidecieron mientras agarraba el volante, y la voz entrecortada de su amiga resonaba en sus oídos. Se sentía mal por Caterina.
Ese bastardo de Rocco no la merecía.
El ascensor la llevó hasta el último piso y Clara se dirigió directamente a la oficina del director ejecutivo.
La secretaria intentó detenerla, pero se desvaneció ante el intimidante aura de Beta de Clara.
Clara abrió la puerta sin tocar y dijo:
—Caterina me envió a buscar la piedra lunar.
Rocco estaba detrás de su escritorio, revisando documentos. Miró hacia ella, con un destello de enfado en el rostro.
—Clara —Rocco dejó el bolígrafo y se recostó en la silla—. ¿Qué juego se trae Caterina ahora?
Su actitud despreocupada aumentó la ira de Clara.
—¿Qué juego de qué? —Ella entró en la oficina, cerrando la puerta con un fuerte golpe—. Ella solo quiere recuperar lo que le pertenece.
—¿La piedra lunar? —sonrió con desdén, cruzando las