164. Visitas inesperadas
La sala de juntas huele a madera pulida y café recién hecho. El sol de la tarde entra por los ventanales, tiñendo la mesa de caoba con destellos dorados. Gabriel ya está ahí cuando llego, revisando unos papeles como si todo lo que ocurrió en mi oficina no hubiese pasado nunca.
Me siento frente a él, intentando mantener la compostura. Miro mis notas, ordeno los documentos, acomodo el bolígrafo, cualquier cosa para mantener las manos ocupadas.
—Llegas puntual —dice, levantando apenas la vista, con una sonrisa ladeada que me pone aún más nerviosa—. Me gusta eso en una mujer.
—Es lo mínimo que se espera de mí —respondo, con un tono más firme del que siento.
—Lo mínimo… —Gabriel deja el bolígrafo y se recuesta en la silla, cruzando los brazos—. Y, sin embargo, tú siempre haces más que eso. Tienes esa manía de darlo todo, incluso cuando nadie lo ve.
Lo miro de reojo, intentando que no note cómo sus palabras me calan más de lo debido.
—Deberías concentrarte en la reunión, no en mí.
Él