142. Calor compartido
No pasó a más.
Ni un beso, ni una caricia fuera de lugar, ni un intento siquiera. Solo sus ojos, sus manos recibiendo las mías, su calor y esa paz rara que me deja el recuerdo de estar a su lado sin miedo, sin disfraz.
Y no puedo decir que no lo deseé. Porque lo deseé. Moría de ganas de inclinarme sobre su rostro, rozar sus labios con los míos, ver si su aliento sabía a menta o a duda. Pero me contuve. No por temor al rechazo, sino porque quiero hacer las cosas bien con él. Con Gabriel.
Mientras avanzamos por el corredor de los elementos, envueltos en nuestras batas, caminamos detrás de Danna y Bárbara —ambas radiantes, con el cabello aún húmedo y las mejillas encendidas—. Yo permanezco en silencio. Él va a mi lado, sus pasos sincronizados con los míos, sus hombros aún relajados por el masaje. Siento su presencia como una vibración serena, envolvente. Y me pregunto, con una voz tímida que solo vive dentro de mi cabeza:
«¿Qué tan serio podría llegar a ser esto?».
Me dedico un inst