141. En paz contigo
La masajista se unta aceite en las manos con movimientos lentos, casi ceremoniales. Sus palmas brillan bajo la luz tenue del salón. Me hace un gesto con la cabeza para que observe con atención. Se coloca detrás de Gabriel, que ya está tendido boca abajo sobre la camilla, y comienza a trabajar la parte baja de sus hombros, justo donde la nuca se funde con la espalda. Sus dedos se mueven con firmeza pero con una delicadeza casi hipnótica. Me señala cómo distribuir la presión, cómo deslizar las yemas en movimientos circulares, cómo seguir el ritmo de su respiración.
Me acerco un poco más, fascinada por la imagen. Él tiene está completamente entregado al momento. La masajista me mira de nuevo y extiende el frasco hacia mí. Lo tomo. El aceite es tibio, sedoso. Me lo unto en las manos, sintiendo cómo la fragancia terrosa se mezcla con mi propia calidez. Entonces, me inclino y poso los dedos en su piel, justo donde ella los dejó.
Gabriel no se inmuta. No se da cuenta.
Empiezo a imitar los