El escándalo ya había captado todas las miradas del salón.
Lorenzo estaba pálido, con los labios temblando, todavía buscando una justificación. Pero entonces...
—¡Lorenzo!
Chiara irrumpió de golpe, una mano en el vientre y la otra aferrada a su brazo.
—¿Acabas de decir que quieres volver con ella? —su voz sonaba rota, dolida—. ¿Que piensas reconocer a su hijo? ¿Y qué pasa con el nuestro?
Un murmullo recorrió el salón como una ola.
No pude evitar una risa fría al ver todo aquello.
El rostro de Lorenzo se puso lívido, forcejeaba para soltarse.
—¡Chiara, suéltame! Yo solo...
—¿Solo qué? —gritó ella, con el maquillaje corrido y el gesto desencajado—. ¡El hijo que llevo en el vientre es tuyo! ¡El verdadero hijo de los Russo!
Le obligó a posar la mano sobre su abdomen, mirándolo con unos ojos cargados de reproche.
—¡Me prometiste cuidarme toda la vida! ¡Juraste darme un hogar a mí y a este niño! ¿Y ahora te atreves... te atreves a suplicarle a la mujer que te abandonaste en mi cara? —escupió