Perspectiva en Tercera Persona
—¿¡Qué carajos dijiste!? ¿A qué demonios fue a meterse?
El corazón de Lorenzo se encogió con una angustia brutal, un nudo que le apretaba el pecho por dentro. La sensación de asfixia lo golpeó de lleno.
Un segundo después, su celular empezó a vibrar sin parar. Lo sacó de inmediato, con la mirada cargada de esperanza.
¿Y si era... Victoria?
Pero no, era Chiara.
Antes, ver su nombre le daba una mezcla rara de resignación y lástima. Ahora no sentía más que fastidio... y un vacío insoportable.
—Lorenzo —la voz de Chiara sonaba demasiado alegre para el momento—. Me enteré de que la boda tuvo un problema...
Las sienes le latían con fuerza, a punto de estallarle. Alzó la vista: los invitados lo miraban sin pudor, ansiosos por ver cómo terminaba todo.
—Chiara, ahora no tengo tiempo...
—¡Yo puedo arreglarlo! —lo interrumpió, exaltada—. Ya estoy en la puerta de la iglesia. La familia Russo no puede quedar en ridículo. Yo puedo...
Lorenzo cortó la llamada de golpe.
De pronto entendió lo que Victoria había sentido cada vez que la había dejado sola frente al altar.
Así se vivía el abandono... y así dolía.
—¡Antonio! —gritó, sacudiendo a su hombre de confianza—. ¡Cancela la boda!
—¿Qué? —Antonio se quedó helado—. Pero los invitados…
—¡Dije que se cancela! —Lorenzo lanzó el anillo al suelo con rabia—. ¡Contacta aeropuertos, puertos, lo que sea! ¡Quiero que encuentren a Victoria!
Salió disparado de la iglesia.
En la entrada lo esperaba Chiara, vestida de novia, con las mejillas encendidas de ilusión.
—Lorenzo —trató de agarrarse a su manga—. Yo puedo...
—¡Apártate!
La empujó con tanta fuerza que cayó de bruces entre los rosales.
Chiara, todavía en el suelo, lo miró incrédula.
—¿Tú... me empujaste?
Pero Lorenzo ya no escuchaba. Solo podía pensar en Victoria, en qué hacía en una clínica ginecológica.
Una mujer embarazada en un hospital… lo esperable era un control de rutina. Pero en su mente alterada solo existía otra posibilidad.
—Ay, mi corazón... —Chiara se llevó una mano al pecho, fingiendo debilidad—. Me siento tan mal...
Lorenzo dudó apenas un instante. Luego apretó la mandíbula y siguió adelante.
—¡Atiéndanla! —solo dejó esas palabras y se fue.
—¡Lorenzo! —gritó Chiara con la voz rota.
Subió al auto, encendió el motor y se lanzó hacia ese hospital. En el trayecto marcó mi número una y otra vez, pero la línea seguía muda.
—¡Carajo!
No entendía qué había salido mal, si se había encargado de tener todo bajo control.
Al llegar al hospital, la enfermera que yo había puesto de su lado ya lo esperaba.
—¿Dónde está? —bramó contra ella.
La mujer, nerviosa, le tendió un sobre.
—Esto... la señorita Vitale me pidió que se lo entregara.
Lorenzo lo abrió con manos temblorosas. Dentro, la hoja decía: Gestación: 17 semanas.
Procedimiento: interrupción voluntaria del embarazo.
—¡Imposible! —su rugido retumbó por todo el pasillo. Nadie se atrevió a respirar.
Marcó una y otra vez el número, pero solo contestaba la grabación: El número que usted marcó no existe.
La voz metálica lo cortó como un cuchillo en pleno silencio.
En ese momento apareció Antonio, jadeando.
—La señorita Vitale tomó un vuelo privado esta mañana rumbo a Milán. La familia del norte la recibió en el aeropuerto.
Los ojos de Lorenzo ardieron de rabia.
—¡Prepara el auto! ¡Me voy ahora mismo a Milán!
Antonio vaciló un instante, con la voz trabada.
—Pero su padre ordenó el bloqueo. Dijo que el norte es territorio enemigo...
—¡Al carajo con el enemigo! —Lorenzo gritó, fuera de sí—. ¡Ella es mi esposa, necesito demostrarle que...!
De pronto se quedó mudo.
No... jamás le había dado ese título.
Y ese niño... ya no sería su heredero.
El mayordomo se aproximó dudoso y le entregó una caja.
—Señor, la señorita Vitale pidió que se la diera. Dijo que era su regalo de bodas.
Dentro estaba el revólver dorado.
En el cañón seguía grabada la fecha de su primer encuentro.
Ahora tenía diecisiete marcas: diecisiete bodas fallidas, diecisiete promesas rotas.
Lorenzo abrazó la caja contra el pecho y, derrotado, se dejó caer en el suelo frío del hospital.
El hombre que un día había hecho temblar a todos ahora parecía un perro callejero abandonado, con la cabeza finalmente vencida.