70. Manzana del Edén
Luego de aquel encuentro desenfrenado y pasional, nos quedamos sentados sobre las piedras lisas que se encuentran en fondo del agua de las termas naturales. La calidez de las aguas nos envuelve, mientras la brisa nocturna acaricia nuestra piel desnuda. Dimitri me tiene abrazada desde atrás, sus brazos rodeando mi cintura con un gesto protector, mientras su barbilla reposa cómodamente sobre mi hombro. De vez en cuando, desliza su barba contra mi cuello, provocando pequeñas cosquillas que me hacen reír. En respuesta, mis dedos juguetean bajo su rodilla, esa zona sensible que hace un rato descubrí como su punto débil, arrancándole suaves carcajadas.
Me gusta este momento, esta calma. Me hace sentir completa, como si el mundo se redujera solo a nosotros dos y eso fuese suficiente.
—Tengo que regresar con mi familia —murmuro con un tono bajo, casi temiendo romper el hechizo de nuestra burbuja.
—Lo sé —responde, pero no hay prisa en su voz, solo resignación.
—No solo mi familia está preocupa