De Mil Colores
De Mil Colores
Por: kesii87
Prefacio I.

Era un día como cualquier otro, llevaba puesta mis mejores galas, vestida como una auténtica vaquera, montada en mi yegua favorita, por los amplios campos del club de hípica, feliz de poder disfrutar al menos de esas pequeñas cosas. Lo cierto es que en el último año había estado ocupada, primero fue el nuevo viaje de papá, en el que estuvo inmerso por semanas, luego mamá intentando ocultar algo que yo y mis hermanas sabíamos desde hacía tiempo, sus continuas aventuras amorosas con otros hombres, intentando llenar un vacío que mi padre dejaba con cada uno de sus viajes de trabajo. Más tarde, fue la repentina tragedia que le sucedió a mi hermana. Creo que fue eso lo que marcó un antes y un después en nuestras tranquilas vidas.

Antes de que todo aquello sucediese nosotras éramos solo tres chicas, hermanas unidas, preocupadas en nuestras propias vidas. Por una parte, estaba Amara, nuestra hermana pequeña, la alocada y libre del grupo, siempre escapándose de casa para asistir a alguna de las fiestas de sus amigos, siempre siendo cubierta por una de nosotras. Luego estaba yo, si nos regimos por orden de edades, siempre fui demasiado reservada, exigente y agria en cuanto a temas familiares se refería, aunque siempre sentí esa hermandad con ellas. Me pasaba la vida haciendo planes, las listas eran mi segundo nombre, las hacía para todo, incluso antes de empezar el día. Lo hacía para calmarme, eso me relajaba, me ayudaba a focalizar que era lo que quería hacer, y al final del día me sentía realizada si había cumplido todos los puntos. Y luego, estaba Sophia, nuestra hermana mayor, la responsable por excelencia, siempre estudiando, encerrada en el estudio, la biblioteca o la casa de Hera, su mejor amiga, preparándose para los exámenes universitarios. Todo un ejemplo a seguir. Era perseverante, nunca se daba por vencida, y era muy buena en los estudios.

Creo que en ese aspecto no era parecida a mis hermanas, porque yo nunca supe lo que quería hacer, a lo que quería dedicarme, estuve perdiendo el tiempo durante tres años, hasta que me inscribí en la escuela de hípica y lo aprendí todo sobre el mundo de los caballos. Quería ser adiestradora, incluso profesora, y se me daban muy bien los animales, con sólo una mirada y sentía que podía entenderlos, ver incluso su alma.

Aunque, de momento, actuaba por libre, había colgado varios carteles por la ciudad, sobre que daba clases de hípica, obtuve algunas respuestas positivas, tenía un total de cinco alumnos, tres de ellos era niños, los otros dos un matrimonio que quería hacer una excursión a caballo por el noreste del país, y querían aprender un poco antes. Estaba agradecida, de verdad, no podía quejarme, las cosas me iban bien.

En el aspecto sentimental creo que era más parecida a Sophia, no me interesaban mucho los hombres, nunca tuve tiempo para eso, siempre estaba inmersa en mis propios pensamientos, quería hacer muchas cosas antes de echarme novio. He oído cientos de veces, que cuando te echas pareja tus intereses dejan de importar, y te centras tanto en él que te olvidas de vivir. No quería eso en mi vida. Era egoísta, aún tenía mucho que pulir profesionalmente antes de centrarme en otro. Y no es que me faltasen pretendientes, era bastante atractiva, a pesar de no ser una despampanante rubia de ojos claros como lo eran mis hermanas, al contrario, yo era morena, de piel media, bajita y no tenía mucha delantera. A menudo pensaba que era adoptada, incluso bromeaba con mis hermanas al respecto, pues no me parecía en nada a mis padres o a ellas, aunque reconozco que sí a mi abuelo materno, al que adoraba visitar, y no solo para disfrutar de su compañía, también para encerrarme en los establos con Brownie, mi yegua favorita.

Tan sólo quería montar a caballo, sentir como los problemas empequeñecían, dejarlos atrás por unas horas. Sentir el cabello en el viento, este sobre mi rostro y ese agradable olor a pino calmaba mi corazón. Esa adrenalina recorriendo mi piel, al galope de Sinuosa, la yegua más veloz de todas.

Hacía frío aquella mañana, la nieve casi rodeaba toda la pradera y el paisaje era hermoso. Sinuosa se detuvo a recuperar el aliento, yo me fijé en las montañas, en el contraste de tonos, en como un hermoso arcoíris de mil colores se vislumbraba al fondo, rompiendo el blanco y el negro de aquel lugar.

Mi mente me jugó un mal momento, justo cuando mejor lo estaba pasando, un recuerdo de la noche anterior hizo que me faltase el aliento. Tragué saliva, intentando calmarme, pero era imposible hacerlo, más cuando era mi hermana, mi propia hermana la que lo estaba pasando mal.

“Acababa de volver de Bluehalls, se suponía que no debía ir allí, mamá iba a enfadarse si se enteraba de que seguía en contacto con mis abuelos, pero siempre pensé que ellos no eran los culpables de lo que sucedía con nuestra familia, siempre supe que el problema era ella, ese vacío que sentía dentro, ese complejo de inferioridad que jamás la dejaría ser feliz. Avancé por el pasillo, despreocupada, pensando en mis propios dramas, el abuelo quería vender el rancho, y eso sólo dejaría a miles de animales sin hogar, incluida a mi preciada Brownie. Tras mi conversación con él, creí haber logrado un poco más de tiempo hasta pensar en una solución, tal vez si me encargaba de buscar a un buen asesor, quizás las tierras darían beneficios, quizás podríamos salvar el lugar.

Un ruido en el despacho de papá me sacó de mis pensamientos, pues se suponía que él estaba en la sala, reunido con un visitante del que ni siquiera conocía su identidad. Abrí la puerta, despreocupada, haciendo que Sophia mirase hacia mí, y yo observase la escena asimilándola. Allí, de pie, junto al escritorio de papá, con un abre cartas en la mano, cubierto por un líquido de color púrpura que reconocí en seguida, se encontraba mi hermana, en camisón, manchando la tela con la sangre que resbalaba por sus piernas, formando un gran charco sobre el suelo. Tenía la mirada perdida, el rostro plagado en lágrimas y la desesperación la albergaba. Sabía que ella no volvería a ser la misma después de ser ultrajada de aquella manera. ¡Dios! Ningún ser humano debería sobrevivir a algo así.

– ¡PAPÁ! – Grité, preocupada, temblando de rabia, al comprender que ninguno de nosotros podíamos hacer nada para salvarla, para protegerla de sus propios demonios. Revivir una y otra vez lo que le sucedió debía ser la peor pesadilla de este mundo. Me sentía impotente, y quizás eso hizo que mis lágrimas comenzaran a caer, justo cuando mi padre abría la puerta corredera de la sala, y yo retrocedía, hasta chocar con la pared.

– ¡SOPHIA! – Llamó papá al entrar en la habitación, preocupado, corriendo hacia ella, arrebatándole el abrecartas de la mano, cogiéndola en brazos, mientras mi hermana se dejaba llevar, sin emitir sonido alguno - ¡JACK! – Llamó al hombre que estaba aún en la puerta, observando la escena como un mero espectador - ¡Jack, llama a una ambulancia!”

Mis lágrimas se precipitaban al vacío, devolviéndome a la realidad. Era una tragedia lo que le sucedió a mi hermana, y quizás por eso debía ser fuerte por ella, ya jamás podría apoyarme en su hombro, esperar a que resolviese los problemas por mí, no cuando ella tenía sus propios demonios a los que enfrentarse.

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