Esa mañana, Damien estaba sentado detrás de su gran escritorio, con los dedos golpeando con fuerza la superficie de madera. Sus ojos entrecerrados observaban las imágenes de las cámaras de seguridad en su portátil—mostraban al pequeño Joe con una chaqueta azul, saliendo por la puerta principal sin supervisión.
Las cejas de Damien se fruncieron profundamente.
—Salió solo... pero aún así —murmuró entre dientes—. Un niño de esa edad no podría haber hecho eso sin ayuda.
Se levantó, tomó su teléfono y marcó un número que conocía de memoria.
—Señor Juna, conécteme con el departamento de policía. Quiero denunciar un secuestro infantil —dijo Damien con frialdad.
Una voz formal respondió al otro lado de la línea:
—¿Tiene algún sospechoso en mente, señor Damien?
—Hunter Jackson —respondió Damien con tono helado—. El padre biológico del niño.
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Más tarde esa tarde, dos agentes uniformados llegaron al café donde trabajaba Hunter. Entraron con pasos firmes, sosteniendo una carpeta oficial.
—¿Es