Los pasos de Hunter Jackson resonaban suavemente sobre la acera estrecha, con una hoja de papel arrugada apretada en su mano: una lista de ofertas de trabajo arrancada de un tablón de anuncios público. Su camisa, que alguna vez fue elegante, había perdido el color, y los caros zapatos de cuero que solía usar ahora lucían opacos y agrietados en las puntas.
Hoy tenía que conseguir un trabajo.
No un puesto digno de un exdirector como él. Solo algo que le permitiera comer, sobrevivir.
Esa mañana, se presentó en una pequeña cafetería en la esquina de la ciudad.
—Necesitamos un lavaplatos —dijo el dueño sin rodeos—. El trabajo empieza a las 3 PM y termina a la medianoche. Se paga por día. Lo tomas o lo dejas.
Hunter bajó la mirada, con el orgullo todavía atorado en el pecho. Pero sabía que el hambre dolía más que el orgullo herido.
—Lo tomaré —dijo en voz baja.
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Al caer la tarde, Hunter llevaba puesto un delantal y estaba de pie en la cocina humeante, con las manos ocupadas frotan