ELIOT MAGNANI
Mi primo veía con sorpresa y la mandíbula desencajada a los niños comportarse como salvajes. Mario era el único que permanecía quieto, viendo a los trillizos desde el sofá mientras estos parecían estar dentro de una guerra.
—¿Cuatro? ¿En serio? —preguntó horrorizado y retrocedió, pero era muy tarde para arrepentimientos.
Lo tomé por el cuello de su camisa y lo acerqué a mí.
—Ellos no saben que son mis hijos biológicos, cuida tu lengua o te la corto —susurré y le dediqué mi mejor mirada de advertencia.
—Contigo todo es amenazas… ¿Así conquistas