CRISTINE FERRERA
Grité con todas mis fuerzas cuando vi un par de ojos por el retrovisor, pero una mano cubrió mi boca, así que comencé a tocar el claxon con ambas manos, armando un escándalo en el estacionamiento.
—¡Tranquila! ¡Soy yo! —exclamó una voz femenina desde atrás. Entonces abrí los ojos y la vi una segunda vez por el retrovisor—. ¡Deja ese claxon!
Libero mi boca lentamente mientras mis manos estaban aferradas al volante y mi corazón se desbocaba.
—¿Donna? —pregunté en un murmullo mientras la astuta reportera me sonreía desde el asiento trasero.
—Holi… —contestó moviendo sus dedos con la mano levantada, a modo de saludo, como si estuviera tocando un piano—. ¿Me extrañaste?
En vez de salir del auto y entrar al asiento del copiloto como una persona normal, se metió entre los asientos delanteros, pasando casi por encima de mí para tomar su lugar a mi lado. Por un momento me esperaba verla de cabeza, pero se acomodó y se colocó el cinturón de seguridad.
—Ese tipo logró liberart