DONNA CRUZ
El silencio era tan profundo que parecía obligarme a concentrarme en el dolor de mis brazos. Había perdido la cuenta de todas las horas que llevaba esposada. La carne de mis muñecas ardía, como si el frío metal la estuviera cortando. Aun así, no me quejé, porque como bien decía mi madre: ella no tuvo hijas cobardes.
Entonces entró Jerry a la habitación con ese rostro serio y frío. Parecía que su sarcasmo y arrogancia solo lo usaba cuando estaba ante su enemigo, como un método de defensa, el resto del tiempo era como un zombie intentando controlar el dolor que todo esto aún le generaba.
Dejó lo que parecía ropa limpia y doblada en el borde de la cama antes de rodearla y acercarse a mí. Sin emitir ni una sola palabra, me liberó de las esposas. Mi cuerpo quería saltar como resorte y correr hacia la puerta, pero había algo ahí, en el fondo de mi corazón, era miedo, miedo de no lograrlo. Si quería escapar tenía que hacer algo más que solo correr, tenía que asegurarme de que en