**BAJO LA LUNA DE LAS CONFESIONES**
El jardín de las Lágrimas de Plata estaba en silencio. Solo el murmullo del viento entre los árboles de corteza blanca y el ocasional aullido lejano de un lobo rompían la quietud. Mia caminaba entre las flores lunares, sus garras retraídas pero sus sentidos alertas, como siempre ahora. Sabía que Ayla la seguía. Lo olía en el aire: ese aroma a hierbas amargas y sangre joven que siempre rodeaba a su hija.
Se detuvo junto al estanque de aguas plateadas, donde los reflejos de las estrellas parecían nadar como peces luminosos.
—**Siempre supiste que volvería a buscarte aquí** —dijo Ayla, emergiendo de entre los arbustos. Llevaba puesto el vestido blanco de la ceremonia, pero ahora descalza, con las marcas de sus propios pactos visibles en sus brazos—. **Es el único lugar del castillo donde aún se puede oler a tu antigua humanidad.**
Mia no se volvió. Observó su reflejo en el agua: los ojos dorados, los colmillos que asomaban entre sus labios, la