El salón del consejo quedó sumido en un silencio sepulcral, roto únicamente por el crujido de las antorchas y el distante retumbar del oleaje contra los acantilados. Mia podía sentirlo en sus huesos: el mar ya no golpeaba la costa con su ritmo habitual. Ahora era un latido irregular, como el corazón de una bestia herida que se prepara para el contraataque.
Alanys fue la primera en romper el silencio. Se acercó a la mesa con paso firme, su armadura aún manchada con el líquido rojo de la playa, que no se había secado pese a haber pasado horas bajo el sol.
—No son islas esas cosas. —Dijo, arrojando sobre la mesa un trozo de coral negro que se retorcía como un gusano agonizante. —Son vértebras.
El coral sangró al impactar contra la madera, dejando un rastro de sustancia viscosa que olía a podredumbre marina, Deimos lo examinó con la punta de su daga.
—¿Vértebras de qué? —Preguntó confundido y asqueado a la vez.
—De algo que no debería existir. —La voz de Lukas sonó desde la puerta, do