El bosque de Velkan respiraba con el ritmo de una bestia agonizante. Los árboles, otrora majestuosos guardianes de secretos ancestrales, se retorcían bajo el peso de una energía que no pertenecía a este mundo. El aire olía a tierra quemada y hierro, a tormenta y sangre vieja. Y en el centro de ese infierno, dos figuras se enfrentaban en un duelo que llevaba años gestándose.
Mia, envuelta en la armadura plateada de su transformación divina, avanzaba con la elegancia letal de un huracán. Su pelaje brillaba bajo la luz enfermiza que filtraban las nubes, cada hebra estaba cargada con el poder de cada una de sus vidas pasadas. Sus ojos, blancos como la nieve eterna, no mostraban rastro de la mujer que había sido. Solo quedaba la Semidiosa, la protectora de Velkan, la madre a quien le habían robado su cría.
Y frente a ella, Seth. Su imbécil exesposo se mantenía erguido, con su postura desafiante a pesar de las gotas de sudor que le recorrían las sienes. En sus brazos, envuelta en una mant