Aria
La lluvia golpea los ventanales como si quisiera entrar y arrastrarme con ella. Afuera, Roma sigue brillando, caótica y encantadora, como si mi mundo interior no estuviera haciéndose pedazos. Estoy sentada en la alfombra de mi habitación, con la espalda apoyada en la pared y las piernas dobladas contra el pecho, como si así pudiera contener las emociones que me desbordan.
No he dormido. No desde la confesión de Alexei. No desde que lo escuché decir mi nombre como si fuera una plegaria… y una condena.
Me dijo que me deseaba. Me dijo que me odiaba por hacerle sentir. Que lo suyo conmigo estaba mal, pero que lo quería igual.
Y yo… yo