8.
—Ya sabía que ibas a llegar tarde, así que la fui a buscar —dice mi madre mientras le sirve a Mariana un pedazo de pastel—. Toma, cariño, debes estar hambrienta.

—Pues pudieron avisarme, para no tener que conducir hasta el otro lado de la ciudad —protesto.

Acabo de llegar a la casa, ya son las siete de la noche. Me siento mareada del cansancio. No he comido por dos días, he sobrevivido con café y nada más.

—Por eso te llamé, pero como no contestabas —suelta Mariana y empieza a comer su rebanada de pastel—. Pero bueno, eso te mereces por nunca contestarme las llamadas.

—Estaba en una reunión importante… —intenté decir con impotencia. El malestar en mi interior no hace nada más que empeorar.

—Tan extraño —dice ella y pone los ojos en blanco—. ¿Acaso el que tu hermana viniera a visitarlos no es importante?

—Déjala Mariana, sabes que uno nunca cuenta con ella —reniega mi madre—. ¿Quieres que te traiga más jugo?

—Oh no, mami, así está bien —comenta ella con una amplia sonrisa.

Mi mamá se si
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