Cap. 1.2

     Samara se negó ese mismo día salir de su habitación a cenar, así que le llevaron la cena a su habitación, le dejaron la bandeja sobre su escritorio, ella se mantuvo todo el día acurrucada entre las sabanas de su cama, el dosel con su transparente tela de gasa cristal blanco, le daba la cobertura y privacidad que requería, se mantuvo apenas abierto, solo para dar una visión leve de que ella se encontraba en su cama con la vista perdida en la ventana.

     A la mañana siguiente fue lo mismo, y el siguiente, y el siguiente. Las únicas diferencias, eran sus salidas para visitar la biblioteca y recibir sus clases, tal como había ordenado su padre, fue vigilada por un guardia, la cual, se mantuvo en la puerta, siempre alerta, de camino a su habitación, escuchó los rumores del castigo a su amigo Couslan, había sido azotado y llevado a las mazmorras, Samara empalideció ante la noticia.

     Una noche, se escabulló para visitar a su amigo, ayudarle o darle ánimos de alguna manera, Samara no pudo evitar sentir culpa y pena por él. Evitando los guardias, ocultándose entre las sombras, pudo llegar donde se encontraba portando una capa negra con capucha.

     Y allí estaba, tirado en el suelo cubierto de heno, un plato con un trozo de pan duro y mohoso, una taza con agua, y por sábana, un trozo de tela desgarrado como si unas bestias hubieran jugado con ella, Samara, en silencio coló entre los barrotes algo de comer, frutas, carne y pan suave, también, sacó una bolsa de cuero lleno de leche tibia. ─ Couslan… Couslan ─. Susurró llamando a su amigo, éste levanta la cara con dificultad, dejando ver a la poca luz mortecina de las antorchas, el rostro aun magullado. Samara traga saliva con dificultad al ver cuan hinchado tenía su rostro. ─ Samara, ¿Qué haces aquí? ─ Toma ─ ¡Me matarán…! ─ Si abres la boca. Toma y cállate, algo se me ocurrirá para sacarte de aquí ─ No ─ Couslan… ─ No lo hagas ─ Estás aquí por mi culpa ─ ¿Qué? ─ Él piensa que tu me metes ideas en la cabeza y no es así, las cosas que pienso es porque así las siento ─.

     Unos pasos firmes de armaduras se acercaban, Couslan ahuyenta a Samara, obligándola a largarse, Samara se fue levantando poco a poco sin despegar la mirada de su amigo, hasta que se fue corriendo, ocultándose entre las sombras nuevamente, de vez en cuando ofrecía una mirada fugaz a la celda donde se encontraba aun tendido en el suelo, arrastrando poco a poco las cosas que le había traído bajo las mantas raídas.

     Una mañana, después del desayuno, Samara paseaba por los pasillos de su casa, buscaba a su padre, éste se encontraba en su salón de trabajo, como un despacho con varios libreros, un salón enorme, su escritorio hecho de piedra, madera pulida y labrada a mano, un cuadro familiar detrás de él, un escudo con el estandarte familiar, y en el escudo, dos cuernos entrecruzados llenos de olivos y banderas con trigo, cruzado con dos espadas.

     ─ Samara ─. Saludó su padre con una sonrisa, aunque Samara pudo sentir el regocijo de su padre al verla, ella no compartió su emoción, simplemente fue… cortés. ─ Buen día, padre ─ ¿A qué debo esta visita? ─. Pregunta el padre de Samara con una sonrisa casual. ─ Quería hablar con vos ─ Vaya sorpresa, yo también quería conversar contigo, pero pasa, pasa, toma asiento ─. Samara entra en aquel enorme despacho, observando con desinterés aquel emblema familiar.

     Tomó asiento en uno de los grandes sillones de su padre, con la espalda erguida y sus manos posadas delicadamente sobre su regazo, como toda una alta dama en espera de su padre, Roland se sirve un trago de licor y se sienta a su lado, solemne y una mirada llena de amor paternal. ─ Quería… ─. Roland se aclara la garganta. ─… Quería pedirte disculpas, hija ─ Yo quería, padre… ─ Por favor, hija, permíteme continuar. Sé que dije cosas horribles en aquella cena, y que el castigo… (suspiro profundo por la nariz), fue muy severo, pero sabrás y comprenderás que es porque te amo… ─. Samara enarca una delicada ceja levemente. ─ Vaya forma de demostrar amor. Azotando a un inocente ─. Pensó. ─… Y… y deseo lo mejor para ti, y… sabes que me preocupo mucho por ti y tu bienestar ─.

     Samara mira las manos callosas de su padre, su rostro severo, su mirada profunda, aunque, ya no tanto, agacha la mirada para luego encontrarse con los ojos marrones de su padre nuevamente, los mismos ojos de ella, su hermano heredó los de su madre. ─ Yo… también, quiero disculparme, padre, sé que os dije palabras rudas y muy fuertes, no debí haberlas dicho, por tal razón, pido… pido de su perdón ─ Tenías todo tu derecho de estar furiosa, hija, pero… no creo que dures toda tu vida siendo soltera y sin hijos, no quiero que te parezcas a tu tía Kate ─. Una vaga y baja risa salió de ambos. ─ Qué no te oiga madre. ─ Será nuestro secreto. Retomando el tema, hija, tienes mi perdón, es más, no tenías que molestarte en pedírmelo, eres mi hija y te amo ─. Un instante de silencio llegó, por un segundo Samara dudó en exponerle su caso a su padre, pero debía decirle, ¿pero cómo?

     ─ ¿Algún otro asunto que requiera de mi atención? ─. Samara respira profundamente, tomando valor, cuadrando sus hombros y levantando su mentón. ─ De echo, padre, si, quería hablar con vos al respecto de un prisionero ─.

     Volviendo su expresión dura y fría, el padre de Samara se levanta del sofá. ─ No. Mi respuesta es no, si es referente a ese muchacho ─ ¡Pero, padre!, ni siquiera sabéis lo que voy a demandar ─. Espetó Samara indignada. ─ Sé que quieres implorar su perdón y su libertad, y mi respuesta es no ─ Ya han pasado ocho días, padre, creo que ya ha aprendido lo suficiente, ¿Cuántos días tiene que sufrir para darse cuenta de su error? ─ Yo decidiré eso, yo decidiré cuanto es suficiente ─ Padre… padre os imploro su libertad, os prometo no volverle a ver, ni hablarle si es vuestro deseo. Padre por favor, su familia nos han servido bien durante muchos años, creo que su lealtad a vos es suficiente para merecer un atisbo de su misericordia, y si ven que lo ha perdonado… ─ Todos los familiares de los criminales correrán a mi para ser perdonados de sus crímenes ─ Papá, Couslan no ha cometido ningún crimen ─ Debió haberse mantenido lejos de ti, ese es su crimen ─ Es mi amigo ─ Es un sirviente que trabaja en las caballerizas ─ ¿Qué debo hacer para que sea perdonado? ─.

     Roland se quedó muy pensativo, en silencio, sopesando las palabras de su hija, su petición. Ya los ojos de su hija se mostraban con signos de sus primeras lágrimas, Roland respira profundamente. ─ Te casarás en el solsticio de verano con el hijo de Lord Morrel ─ ¿Darrel?, pero… pero, ¡padre! ─ Ya está decidido, o te casas con Darrel Morrel o no lo liberaré, hasta entonces, él se mantendrá confinado en su celda hasta tu boda ─ ¡Pero faltan meses para el verano, apenas estamos entrando en el invierno! ─ Por más que insistió, no pudo convencer a su padre, cada argumento era tan inútil como el anterior.

     Sin decir una palabra más, Samara sale del despacho de su padre, cierra la puerta con mucho cuidado, corrió por los pasillos sollozando hasta su habitación, para luego tirarse a la cama a llorar, llorar, llorar y llorar desconsoladamente hasta quedarse dormida para evitar el dolor y la decepción.

     En la cena, todo transcurrió en silencio, ni una sola palabra salió de los labios de Samara, siempre con la mirada fija en su comida, los minutos parecían horas y las horas eternidad, únicamente el fuego de la chimenea era la única canción que se apreciaba en aquel silencio sombrío.

     ─ Roland, ¿Alguna noticia de Tristán? ─. Pregunta la madre de Samara para romper aquel silencio tan incómodo. ─ Aun no, supongo que recibiremos noticias cuando llegue a York, tiene que rendir reporte a su Majestad ─ Tengo entendido que su Majestad no rige en York, sino desde otro lugar ─ Son solo rumores, Marie, rumores para despistar la atención de posibles enemigos ─. Más minutos de silencio. ─ Samara, cielo, ¿Cómo estuvieron tus clases estos días? ─.

     Samara levanta a duras penas la mirada de su plato humedeciéndose los labios, recorre con mirada inquisitiva el rostro impasible de su padre y la sonrisa amorosa de su madre, se notaba que a su madre le costaba mantener una conversación entre ellos. ─ Bien… madre ─. Fue lo único que logró decir Samara volviendo a concentrar toda su atención en su plato, moviendo la comida con su tenedor con desinterés. ─ ¿Bien?, ¿Nada nuevo has aprendido el día de hoy? ─. Preguntó Marie parpadeando, sorprendida por la respuesta tan corta de su hija, ¡solo fueron dos palabras!, eso no llegaba a ser siquiera una conversación, Samara levanta la mirada nuevamente forzando una sonrisa. ─ Lo siento, madre, es que… tantas tareas… tanto que aprender… a veces abruma, y no hallo por donde empezar ─. Marie se lleva un bocado de su comida, esperando a ver si su hija prosigue con la conversación. ─ Padre ─ ¿Mm? ─ Ya terminé de cenar, ¿Puedo retirarme a mi habitación? ─. Roland agita perezosamente su mano, autorizando a su hija a levantarse de la mesa. Entre aquel silencio sepulcral, con solo el sonido del crepitar del fuego de la chimenea, se oye el arrastrar de una silla, Samara se levanta en silencio saliendo del gran salón comedor.

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