Cuando Oliver debía trabajar, Lía intentaba prepararle algo de comer, pero sentía que ello le creaba tanto esfuerzo que nada más calentaba agua para echarle a la sopa instantánea.
Oliver le dijo que dejara de hacerlo, que él se encargaría de cocinar.
Desde que comenzó a trabajar como mesero, Oliver se veía más animado. Y a Lía le parecía más guapo, sobre todo ahora que usaba su ropa de diseñador. No parecía un mesero, sino más bien el dueño del restaurante.
Usaba un perfume que Lía nunca había conocido la marca, supuso que era de esas marcas de lujo silencioso, como le decían. Lo que importaba era que le encantaba el aroma.
Aroma a hombre.
Amanda los vino a visitar una semana después que Oliver había comenzado a trabajar y lo barrió de pies a cabeza. Casi se lo comió con la mirada.