Capítulo 5
—Camila, Mateo tiene fiebre muy alta, por favor, dile a Gabriel que conteste.

—¡Jajaja! Qué suerte, ¿no? Ahora tu hijo se va a poner peor. Yo estoy esperando al hijo de Gabriel, ese bebé es el verdadero heredero del Grupo Fuentes. Ojalá tu hijo se quede como un tonto con esa fiebre.

Antes de que Isabel pudiera responder, ella colgó de un golpe.

Isabel intentó llamarla de nuevo, pero la llamada nunca se conectó.

Miró a su hijo, que seguía en sus brazos, y vio cómo su fiebre no bajaba, sino que subía cada vez más.

El cuerpo de Isabel temblaba de desesperación.

Isabel marcó rápidamente el número de Rosa, la sirvienta.

—Señora, no puedo ayudarla. El señor dio la orden. Si alguien intenta ayudarlos, será despedido al instante.

Con esas palabras, Rosa colgó sin más.

Isabel sintió cómo la desesperación la estaba ahogando.

Volvió a escuchar el tono de llamada muerto y vio que la batería estaba al 5%.

Isabel dejó a Mateo en el suelo con cuidado y, con todas sus fuerzas, empujó la puerta de madera.

No lo consiguió ni a la primera ni a la segunda... Pero en el tercer intento, con las manos sangrando y el cuerpo a punto de ceder, no dejó de golpear la puerta.

Tras varios intentos, la puerta finalmente cedió.

Exhausta, sin fuerzas, levantó a su hijo y salió corriendo.

—Mateo, aguanta, mamá te lleva al hospital, ya.

Pero Mateo ya no respondía.

Sus lágrimas caían sin parar mientras acariciaba su carita, desesperada.

—Mateo, te prometo que te voy a sacar de aquí.

Isabel no sabía conducir y, en ese momento, nadie en la casa iba a ayudarla. A esa hora de la madrugada, lo único que podía hacer era pedir ayuda a Gabriel.

Corrió a toda velocidad hacia la mansión.

Subió las escaleras rápidamente, con Mateo en brazos, y entró en la habitación de Gabriel.

Pero solo se encontró con él en la cama, abrazando a Camila con ternura.

Gabriel, al verlos, mostró un leve nerviosismo, pero su voz aún sonó fría:

—Camila tuvo una pesadilla, vino a buscarme hace un momento.

Isabel ya no le prestaba atención a esas tonterías. Lo único que realmente importaba era Mateo.

—Gabriel, por favor, llévalo al hospital, tiene fiebre.

Gabriel, dándose cuenta de la gravedad de la situación, no dudó y lo tomó en sus brazos.

Pero, de repente, Camila empezó a llorar a gritos. La miró con reproche y, con voz fuerte, le preguntó:

—Isabel, ¿cómo pudiste ser tan cruel? ¿Por qué quieres que Mateo se enferme solo para que Gabriel sufra?

Gabriel, al escuchar eso, la miró con desconfianza. Con un movimiento brusco, le devolvió a Mateo a los brazos de Isabel.

—Isabel, ¿te crees que soy un tonto? ¿Usas a Mateo para manipularme? Si tú lo provocaste, llévalo tú misma al hospital.

Isabel, con la cara pálida, apenas pudo contenerse.

—Gabriel, divorciémonos. Te lo pido, por favor, lleva a Mateo al hospital. Está grave, ya no hay tiempo.

Gabriel la miró, sorprendido y confundido.

Para él, Isabel nunca había sido débil. Siempre tan tranquila, incluso en los momentos más íntimos, ella siempre mantenía la calma, sin inmutarse.

Isabel vio esa reacción y sintió cómo su corazón se rompía.

—Gabriel, por favor, si te importa aunque sea un poco...

Pero antes de que pudiera continuar, Camila, llorando y abrazándose el estómago, la interrumpió:

—Me duele mucho, Gabriel...

Gabriel, inmediatamente enfocado en ella, sin pensarlo, puso su mano sobre su abdomen.

—Camila, ¿estás bien?

Isabel, tomándolo del brazo, volvió a suplicar:

—Gabriel, por favor, lleva a Mateo al hospital. Te lo ruego. Te prometo que lo que quieras, incluso el divorcio, lo acepto. Lo único que quiero es que Mateo se salve.

Gabriel, al escuchar la mención del divorcio, estalló de rabia.

—¡No me voy a divorciar! ¡Eres mi esposa, Isabel, y lo serás siempre! Si pudiste arreglar lo de las fotos, seguro que puedes solucionar esto con el niño.

Dijo eso y, al instante, levantó a Camila y se fue.

Isabel, aferrándose a su hijo, salió corriendo tras el auto, desesperada.

—Gabriel, por favor, llévalo al hospital, no dejes que se muera.

Pero Gabriel, sin hacerle caso, aceleró aún más.

Isabel los vio alejarse y soltó una risa amarga llena de desesperación.

Y entonces comprendió que había cometido un error.

Él no merecía ser el padre de Mateo, ni merecía nada de lo que le había dado, ni su amor ni su trabajo.

Isabel se detuvo, con el corazón en un puño, y, con las manos temblorosas, marcó el número de emergencias.

En su interior, hizo una promesa silenciosa: "Gabriel, aunque te haya suplicado, sigues tratándonos así... esto se acaba aquí, ¡no habrá una segunda oportunidad!"

Dos días después, mientras cuidaba a su hijo, Isabel escuchó varios rumores.

—¿Sabías que el señor Fuentes alquiló toda una planta del hospital para su esposa? La trata como si fuera una joya.

—Sí, me dicen que son muy románticos, llevan más de diez años juntos.

—¿Y qué pasó con esos videos?

—Ni idea, tal vez solo era una imitadora de la señora Fuentes. La gente lo comenta en internet.

—Obvio, el señor Fuentes nunca haría algo tan bajo con su esposa. Seguro la mujer intentó seducirlo, por eso se enfureció y reaccionó así.

Isabel observaba cómo finalmente la fiebre de Mateo comenzaba a ceder.

Sabía que tenía que ir a la empresa a recuperar sus cosas. Ya había descifrado la contraseña.

Dejó a su hijo al cuidado de una amiga y salió rumbo a la oficina.

Pero en el camino, un auto la atropelló con fuerza.

El dolor la sacudió al caer al suelo, sintiendo cómo la sangre comenzaba a manchar su ropa.

Las sirenas y las voces de los paramédicos retumbaban en sus oídos.

En medio del caos, reconoció la voz de Gabriel.

—¿Señor Fuentes, en serio va a donar un riñón de la señora Fuentes a la señorita Flores?
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