Días después, la tensión en el aire se volvió casi palpable mientras comenzaban los preparativos para el viaje al reino humano. Cada arma que revisaban, cada provisión que apilaban, se sentía como un peso tangible en el estómago de Arya. Ya no era solo una aventura; era una confrontación inminente, y a medida que el día de partir se acercaba, una mezcla compleja y punzante de determinación férrea y un temor gélido se asentaba en su pecho. Sabía, con una certeza que le helaba la sangre y a la vez la impulsaba, que lo que estaban a punto de hacer podría fracturar su mundo para siempre, o reconstruirlo desde las cenizas.
La noche antes de partir, decidieron buscar consuelo en su lugar especial del bosque, anhelando una última tregua antes de la tormenta. Se sentaron bajo el manto estrellado, la quietud del bosque envolviéndolos como un abrazo, y se esforzaron por tejer recuerdos, compartiendo historias susurradas y risas que sonaban más frágiles de lo habitual, como camp