Acompañé a Dante a su primer día como universitario, se había graduado con honores del Salesiano y estaba a punto de embarcase en su carrera como psicólogo. Mi hijo menor se había transformado en un jovencito bueno y dulce, caritativo y solidario; la natación le había dado un buen físico, delgado y atlético, y a sus diecisiete años lucía un orgulloso metro setenta. Mientras manejaba la Ford vi de reojo a mi hijo que miraba distraído por la ventana, observando el paisaje de la ciudad. Sus ojos oscilaban entre el azul verdoso del mar caribeño y el verde azulado de la piedra agua marina, su cabello castaño lacio y sedoso hoy estaba un poco rebelde, levantándose por la coronilla pero cayendo con serenidad en su frente.
Como había terminado la enseñanza básica obligatoria ahora estaba más relajado en cuanto a su apariencia, seguía siendo tan pulcro como siempre pero ahora una bonita barba le enmarcaba el rostro, haciéndolo lucir más maduro de lo que ya era. Para su primer día de universid