Al escuchar la pregunta de mi novio, su hermano dejó salir una carcajada.
—Te avisamos que íbamos a venir a visitarte, ¿lo recuerdas? —le dijo. Kentin se golpeó la frente con la mano.
—Dios… Lo olvidé completamente —reconoció—. Estoy con mucho estrés encima.
—¡Pasen, por favor! Pero van a tener que quitarse el calzado porque el parqué es muy sensible —dije haciéndome a un lado. Les alcancé un par de pantuflas a los tres hombres mientras ellos se quitaban su calzado y lo colocaban en el mueblecito donde poníamos los nuestros.
—Tanto tiempo sin verte, Annie —dijo Gaeil y me abrazó muy fuerte mientras me levantaba por el aire. Mi cuñado estaba más musculoso que antes y su cabello más alborotado.
—¡Oye, la vas a partir! —bromeó Kentin. Le dio un puñetazo en el brazo y luego ambos hermanos se fundieron en ese abrazo tan característico y especial de los hombres, con palmadas en la espalda tan fuertes capaz de hacerte escupir los pulmones.
—¡Que gusto verte, querida Annie! —exclamó el abuelo