Lucía
El sol de la mañana baña el patio trasero con un resplandor dorado, filtrándose entre las hojas de los árboles y proyectando sombras danzantes sobre la mesa de piedra donde Francesca y yo compartimos el café.
El aroma fuerte y amargo del espresso impregna el aire, un contraste con la dulzura de los panecillos que Francesca ha traído en una bandeja.
A pesar de la tranquilidad del ambiente, mi mente está lejos de estar en paz. No dejo de pensar en ella . En Sofía .
El día anterior, cuando se presentó en la casa, su actitud me dejó inquieta. Su mirada era la de alguien que me estaba analizando, que estaba midiendo cada uno de mis movimientos. Pero lo que más me molestó fue su seguridad , la forma en que se movía por la mansión como si le perteneciera.
—Francesca —digo finalmente, rompiendo el silencio.
La mujer levanta la vista de su café y arquea una ceja.
—¿Si?
Dudo por un momento, pero al final me atrevo a preguntar.
— Sé que no debo hacer muchas preguntas de nada, pero ¿quién e