Dante
El despacho está sumido en un silencio cómodo, interrumpido solo por el leve crujido de la silla cuando me reclino ligeramente hacia atrás. Observa cómo Lucía organiza con torpeza los suministros médicos que Francesca dejó hace un momento.
No puedo evitar sentirme fuera de lugar en esta situación. Las heridas, los vendajes, el dolor físico… todo eso es parte de mi vida. Pero esto, alguien preocupándose por mí de esta manera, es un terreno desconocido.
—No necesitas hacer esto, Lucía —digo, mi tono más frío de lo que pretendía.
Ella ni siquiera levanta la cabeza, ocupada en abrir una pequeña botella de antiséptico.
—Déjame decidir eso, Dante. Siéntate.
Frunzo el ceño. No estoy acostumbrado a recibir órdenes, mucho menos de alguien como ella, que hace apenas unos días temblaba de miedo. Ahora, sin embargo, parece que no le importa que yo sea quien soy.
—Estoy acostumbrado a lidiar con estas cosas —insisto, intentando mantener el control.
Finalmente, levanta la vista y me mira dire