La pregunta flotó entre nosotros, pesada e inevitable. Christian mantuvo la mirada fija en la mía por un largo momento, como si evaluara cuánta verdad merecía escuchar. Entonces, sorprendentemente, sonrió —no esa sonrisa confiada que usaba con el mundo, sino algo más suave, casi resignado.
—No es algo que se supere de la noche a la mañana. —Me devolvió mis propias palabras, y por algún motivo, eso dolió más de lo que cualquier otra respuesta habría dolido.
Desvié la mirada, súbitamente interesada en el patrón de la alfombra bajo nuestros pies. Christian se acercó, manteniendo aún una distancia respetuosa.
—No de la forma que estás pensando —aclaró—. No siento amor por ella, ya no. Pero siento la marca que dejó. —Se pasó la mano por el cabello, ese gesto que ya reconocía como señal de incomodidad—. Su traición no afectó solo los negocios de mi familia. Afectó mi capacidad de... confiar.
La vulnerabilidad en su voz me tomó desprevenida. Este no era el CEO confiado o el seductor hábil