~CHRISTIAN~

La mañana del alta de Zoey comenzó con una melancolía pesada que se cernía sobre la habitación como una niebla densa. Mientras doblaba cuidadosamente la ropa que ella había usado durante los días en el hospital, observaba a mi esposa sentada en el borde de la cama, los ojos fijos en la ventana que daba vista al piso donde quedaba la UTI neonatal. Sus dedos tamborileaban nerviosamente en la sábana blanca, una manifestación física de la ansiedad que la consumía.

El proceso de salida fue dolorosamente lento. Con cada documento que el Dr. Portella colocaba frente a ella para firmar, Zoey dudaba, como si cada firma la alejara más de Matteo. Sus manos temblaban sutilmente mientras sostenía la lapicera, y tuve que poner mi mano sobre la suya para tranquilizarla.

—Nada de esto parece justo —murmuró, su voz cargada de una tristeza maternal que me apretaba el pecho—. Una madre debería estar con su hijo.

Rodeé sus hombros con mi brazo, sintiendo la tensión en sus músculos.

—Vamos