El Dr. Portella entró a mi habitación con una sonrisa radiante que inmediatamente me puso nerviosa. Era el tipo de sonrisa amplia y optimista que los médicos ponen cuando tienen buenas noticias que dar, pero que para mí, en ese momento específico, no parecían nada buenas. Había una energía positiva en su postura que contrastaba completamente con el nudo que sentí en el estómago.
—Zoey, tengo una noticia excelente —dijo entusiasmado, acercándose a la cama con mi expediente en las manos y una expresión de satisfacción profesional—. Estás oficialmente lista para recibir el alta. Tus estudios neurológicos están todos perfectamente normales, la recuperación neurológica superó nuestras expectativas, y físicamente estás muy bien. Puedes irte a casa en los próximos días.
Sentí que mi estómago se hundía como si hubiera tragado una piedra.
—No quiero —dije inmediatamente, mi voz saliendo más aguda y desesperada de lo que pretendía.
El Dr. Portella dejó abruptamente de leer el expediente y me