Ambos entraron a la tienda y, de inmediato, el personal del lugar los abordó para atenderlos.
— ¡Buenas tardes, señor Scott, los estábamos esperando! — Dijo una mujer enjuta de rostro severo y estilo sobrio y elegante, que llevaba una cinta métrica en la mano y un alfiletero de pulsera en la muñeca — ¡Pasen por aquí, hemos preparado una sala privada solo para su prometida!
—¡Señor, Scott! Bienvenido, y usted también, señorita… — buscando en su mente el nombre de la chica.
— Santa Cruz, Lara Santa Cruz, señor… — Lara se presentó.
— Señorita Santa Cruz, tiene usted una maravillosa figura, ¡No tendrá problemas para encontrar el vestido perfecto!
Waylon asintió con la cabeza y sonrió lanzándole una miradita traviesa de reojo. Lara se sonrojó ante la reacción del empresario, pero no permitió que él lo notara.
El hombre amanerado, de rostro risueño y amable la tomó de la mano y la llevó hasta la sala acondicionada con un diván acolchado y cómodo, un podio frente a una pared de espejo y un